Socio de Vinatea & Toyama
Imaginemos que el Perú fuera una empresa y el presidente, su gerente general. Imaginemos que esa empresa tiene dos grupos de trabajadores: los formales y los informales. Los primeros son el 25% (un 6% está en el sindicato), la mitad son calificados y la otra mitad son de baja calificación. Los informales, el 75% restante, son no calificados y con baja productividad.
Se sabe que toda plana gerencial requiere de líderes de alto nivel que se sujeten a la meritocracia y, seguramente, con buenos sueldos, pero el nuevo gerente general nombró gerentes de áreas a sus amigos, sin perfiles, experiencia ni idoneidad. El resultado: talentosos gerentes se fueron, los trabajadores perdieron el norte y la improvisación e incertidumbre se instaló en la empresa. Sin líderes que inspiren confianza, la situación fue empeorando.
El nuevo gerente general se encontró con que un grupo de los trabajadores formales estaba en suspensión perfecta y, pese a que la emergencia y las limitaciones de aforo continuaban y la empresa no estaba al 100%, dispuso que estos debían retornar a laborar. Fue necesario inventar nuevas labores para un grupo y negociar con otros sus salidas porque no había trabajo.
El gerente anunció también un aumento de sueldos: ningún trabajador formal debería ganar menos de mil soles mensuales. Pasaron los días, se olvidó del anuncio y decretó un bono de 270 soles por única vez. Los trabajadores se preguntaban si el aumento fue reemplazado, si recibirán otro bono o si el gerente hizo el anuncio fruto de la emoción de sus primeros días.
El diálogo para la mejora de beneficios laborales se restringe solo a los formales y se da en una negociación entre pocos gerentes y un pequeño grupo de sindicalizados. El resto no participa. Otro día el gerente general anunció que desde el 15 de diciembre todos los trabajadores formales debían acreditar estar vacunados, pero luego dijo que mejor sea el 10 y publicó un comunicado la noche previa. Si no estaban vacunados no se les permitiría el ingreso y tendrían licencia sin haberes. A pesar de que un no vacunado pidió presentar pruebas de descarte, no se le permitió el ingreso.
Respecto del 75% de informales, el gerente sabía que no recibieron bonos ni aumentos, no tenían seguro y que inclusive muchos fallecieron sin poder atenderse ni pudieron dejar pensión de viudez ni orfandad. Pero como este grupo no tiene quién los defienda, no son su prioridad.
¿Qué debería hacer el gerente general? Tres medidas urgentes. Primero, convocar y empoderar a los mejores. Sin una plana de primer nivel, las cosas no mejorarán. Segundo, trazar planes para los dos grupos: Con los informales, hacer de la formalización y la protección social la bandera de su gestión. Y con los formales, continuar el diálogo y mejorar su calificación. Y tercero, hacer de la transparencia y la comunicación las herramientas para recuperar confianza y ganar liderazgo. Todavía es posible, señor presidente, pero se requiere una gran voluntad de enmienda.