Analista económico
En un reciente informe, el Banco Mundial recortó su presupuesto del crecimiento mundial a 1.7%, en el 2023, cerca de la mitad de lo que proyectó seis meses antes. Es posible que en los siguientes meses deba rebajar esa cifra aún más.
Un conjunto de factores están concurriendo para tal apreciación. El principal es la batalla que las grandes potencias están realizando, para aminorar su alta inflación. El Foro Económico Mundial (DAVOS 2023), actualmente en reunión, coincide en que la inflación es el mayor peligro para la economía global.
Para ello la mayoría de los bancos centrales del mundo, van subiendo sus tasas de interés de referencia, para disminuir la demanda de bienes y servicios. Ciertamente, si persisten, lograrán bajar la inflación que corroe sus economías y afligen especialmente a la población más pobre.
Ese enfriamiento económico inducido, traerá como consecuencia una recesión, que se estima sería llevadera. Lograr esa estanflación sensata, de suave recesión y de bajar la inflación a metas sanas, es una delicada tarea pues las decisiones que se toman hoy tienen consecuencias varios meses después.
El problema mayor es que todos están subiendo sus tasas al mismo tiempo. Así acontece en EE.UU., Europa, Reino Unido y un numeroso conjunto de países medianos y emergentes. Esa simultaneidad provoca bifurcaciones negativas en el intercambio comercial y financiero mundial, ahondando la estanflación planetaria.
China ofrece una leve esperanza al abandonar su política de Covid Cero, que golpeó su economía en el 2022 al cerrar muchas regiones y actividades. Para el 2023, habría un rebote, esperando crezca 4.3%, cifra corta para su historia de las últimas décadas, pero ayudaría algo al mundo.
Las derivaciones de dicha estanflación generalizada sobre el Perú, se evidenciará por diversas vías. Sin mayor orden ni grado de importancia serían las siguientes. Habrá un endurecimiento al negociar las condiciones financieras de empréstitos externos, para el sector público y el privado. También habrá un mayor gasto en el pago de la deuda externa por obligaciones contraídas con tasas variables.
Habrá un aumento de los precios de los productos y servicios importados, ante un dólar más fuerte, moneda a la que se cobijan todos ante situaciones de esta naturaleza. Lo más sensitivo sería el impacto en el precio de los alimentos, especialmente en los insumos para la producción de pollos y otras carnes.
Con la estanflación sobreviene el proteccionismo, cuando los gobiernos privilegian a sus ciudadanos. Ello sería más evidente en la energía y los alimentos. Habrá barreras y mayor precio para conseguirlos. Allí se suma, la guerra Rusia-Ucrania, la sequía en varias regiones de la Tierra, la fragmentación entre Occidente y Asia que se viene profundizando, sin contar la baja productividad de nuestros agricultores ante la falta de fertilizantes.
Es una incógnita el precio que tendrán los metales. Hay quienes creen que se mantendrán relativamente altos tanto por el crecimiento anotado de China, como por el cierre de fundiciones, dado el mayor costo de la energía. Otros opinan que la estanflación provocará una baja demanda planetaria y esos precios disminuirían. Este tema es clave para el Perú.
La estanflación global desalentará las inversiones externas, en general. En el Perú eso será más grave dada la convulsión interna, el desgobierno mediocre y la corrupción que se ha enraizado en todo el Estado.
La inversión privada, el motor principal de nuestra economía, decaerá por los riesgos que conlleva, generándose mayor desempleo e informalidad. La inversión pública será menor en el primer semestre por las nuevas autoridades recién elegidas. Muchos ignoran las gestiones que se necesitan realizar y querrán cuidarse de no cometer errores que sean interpretables como corrupción.
La disminución de las inversiones causará una baja del empleo formal, mayor pobreza, e indirectamente se elevará la inseguridad ciudadana al aumentar las bandas y los robos, con una policía superada por tener que mantener el orden en todo el país, ante la insurrección social y el terrorismo.
Se van agotando los recursos de las familias que gastaron sus CTS, bonos, sus retiros de las AFPs. Hay un incremento en la morosidad financiera, y ya se nota que se está fracturando la cadena de pagos. Por ejemplo, hay un aumento de inquilinos que no pagan la renta o, peor, se vuelven precarios, mientras propietarios que viven de esos ingresos ya no pueden solventar sus propios gastos.
Ante esa situación, muchas familias dejan de pagar sus seguros de todo tipo, postergan el cambio de sus electrodomésticos, restringen sus diversiones, soportan sus enfermedades y dolencias al no tener el dinero para remediarlas, comen menos y de peor calidad.
Y así, ejemplos de austeridad y falta de medios hay muchos, que contrae la demanda agregada, y se cierra el círculo de estanflación de la economía peruana cuando los productores o importadores de bienes y servicios, queriendo mantener sus márgenes de ganancia suben sus precios, lo cual amilana aún más a los clientes que les quedan.
Otra consecuencia que emergería sería un crecimiento del déficit fiscal, ante la menor demanda, la posible falencia de muchas empresas que causará una disminución de la recaudación tributaria, y el mayor gasto público por más bonos que tendrá que dar para paliar la pobreza que va en aumento.
Posiblemente, como respuesta, el gobierno endurecerá sus políticas fiscales, presionando más a las empresas y personas formales, que pagaremos con la tuya y con la mía. Como contraparte, habrá mayor informalidad, y aumentará la elusión y la evasión. Gran trabajo le espera a la SUNAT.
Hay que resaltar el buen manejo del BCR, que se adelantó a muchos países al prever lo que está sucediendo, al menos en parte. Continúa la subida de su tasa de interés de referencia, pues la inflación se muestra tenaz, aunque ello abundará a la recesión que se avecina.
Se mantiene la crítica al BCR de estar minimizando o soslayando las consecuencias de toda la conmoción social, sobre la inflación. Es un factor importante de ella y sobre la posible recesión de la economía peruana. Ha preferido ir corrigiendo sus pronósticos y los tendrá que seguir haciendo periódicamente.
Ahora el BCR estima que la inflación estará en el rango meta (1%-3%) en el cuarto trimestre del 2023. Eso es casi imposible y posiblemente ello no ocurra hasta fines del 2024. Ya vemos que las empresas calificadoras de riesgo si observan esa dinámica negativa en el país, y se corre el peligro de que rebajen la calificaciones de nuestra deuda soberana y corporativa.
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.