PAD, Universidad de Piura
Tomar decisiones es una de las actividades más comunes en todos los seres humanos con uso de razón; lo que no significa que se haga bien. En el caso de los gerentes, supervisores, funcionarios, gobernantes, personas con responsabilidad de gobierno en cualquier tipo de organización, se convierte en un proceso necesario para resolver los problemas que se plantean a diario, y que exigen, precisamente, una decisión.
Se puede constatar que el principal error al tomar decisiones es no diagnosticar bien el problema, en buena parte porque no se conoce a cabalidad la realidad. Parece mentira, pero es así. A veces se trata de defectos de visión: como confundimos las letras que nos hace leer el oculista. Otras veces veo bien, pero… defino como realidad lo primero que veo, y me falta el contexto… Como decía Ortega y Gasset, “el hombre es él y sus circunstancias”, y estas son tan importantes que condicionan notablemente. También hay defectos de entendimiento: cuando “me parece…” o “en mi opinión…” y puedo estar condicionado o sesgado por múltiples factores o situaciones que hasta llego a imaginar una realidad que no existe.
Los diferentes puntos de vista, con frecuencia son notables: imagine que usted va caminando por una vereda y a unos 20 metros ve un número pintado en el piso: un seis; en sentido contrario, se acerca otra persona y ve esa misma pintura, pero dirá que es un nueve. Ambos tienen razón, pero no se pondrán de acuerdo. Decidir sin considerar que otra persona pueda ver o entender de otra manera hará que su reacción nos sorprenda.
Y, por supuesto, todo esto puede agravarse por influencias físicas o mentales, bien o mal intencionadas, por aduladores que nunca faltan para lograr una pizca de beneficio personal. Si el diagnóstico del problema es errado, las medidas que se tomen no servirán de nada. Acertar será casualidad, no su mérito.
Para hacer un buen diagnóstico es necesario:
1. Tener suficiente información: cada vez comprobamos que la información es casi infinita, por lo que no pretenda reunirla toda; a veces no hay tiempo y muchas veces no es necesario. Escudarse en no tomar decisiones por falta de información adecuada es una muestra de incapacidad de decisión, impropia de un directivo.
2. Observar otras experiencias: es bueno conocerlas, pero no hay que olvidar que lo importante no es la experiencia en sí, sino lo que lleva de discernimiento; y, valga la redundancia, la experiencia demuestra que copiar experiencias sin más suele ser negativo o pernicioso. Por otro lado, no observar experiencias es señal de pereza o comodidad.
3. Pedir consejo: el consejo de gente valiosa es sumamente beneficioso, invalorable y no hace menos al que lo solicita. Quien no quiera pedirlo exhibe soberbia o inmadurez.
4. Tomar perspectiva: cuando se está pegado al problema, se distingue poco. Hay que preguntarse: ¿a quién puede afectar esto?, ¿cómo reaccionaría si estuviese en su lugar? Hay que distanciarse un poco, tomar altura, añadir dimensiones.
En definitiva, hay que discernir, considerar ventajas, inconvenientes, sin perder ningún efecto incidental. Piense en sus decisiones en este año que está finalizando: las que no fueron bien, las que sí, y qué mérito ha sido suyo, sin apropiarse logros debidos a terceros o a las circunstancias. El buen navegante no se arredra ante las altas olas, el fuerte viento contrario u otras dificultades: mantiene el rumbo con esfuerzo, paciencia y esperanza. Fin de año es un tiempo oportuno para repensar en nuestros errores de diagnóstico, hacernos de una brújula y tomar el timón con firmeza y fe para resolver lo que nos depare el 2022. ¡Feliz Navidad!