Por Flavio Vila, arquitecto y asociado de investigación del Instituto del Futuro
La pandemia ha hecho evidente la importancia que ha tomado la digitalización en nuestras vidas. En camino a enfrentar la incertidumbre post pandemia, es momento de aplicarla para volver nuestras ciudades más resilientes.
Desde la última mitad del siglo pasado los arquitectos hemos sido formados con principios propuestos por Jane Jacobs y Jan Gehl donde las relaciones en los espacios públicos son las que construyen una ciudad. Sin embargo, con la actual pandemia (y las que probablemente vengan en el futuro) debemos diseñar hacia el aislamiento social y la desaglomeración, que contradicen estos cánones y siembran un paraje de planificación desconocido.
Debemos mencionar además que este panorama complica sobre todo a las ciudades latinoamericanas, entornos donde aún estamos en el proceso de introducir lo descrito anteriormente y la pandemia nos ha sorprendido “a mitad de camino”. Se nos presenta un escenario en el que debemos retroceder y comenzar nuevamente. Tal vez no desde cero, pero si con nuevos principios que aún no conocemos; es decir, planificar hacia lo desconocido.
Una manera de acelerar este proceso de “conocimiento” es a través de las tecnologías de información y comunicaciones (TIC), específicamente con iniciativas de Smart Cities (ciudades inteligentes en castellano). Podemos definir una Smart City como un ámbito urbano que aplica las TIC para el bienestar de sus ciudadanos siendo la tecnología una herramienta y no un fin per se. Después de todo, la pandemia ha demostrado que los seres humanos podemos vivir mediante el “teletodo” considerando el teletrabajo, la teleeducación, la teleconsulta médica y el telecomercio. Estamos atravesando por un proceso de digitalización acelerada casi-forzada en la cual los medios privados no han tenido mayor problema para adaptarse al aplicar aplicaciones y redes sociales. Empero, para el sector público, a pesar de contar con una Secretaria de Gobierno Digital, este ha sido un reto para enfrentar con iniciativas como las nuevas mesas de parte electrónicas en las agencias gubernamentales o el aplicativo “PerúEnTusManos”. Será interesante saber si el Estado continuará con esta revolución digital colocando en agenda temas como la interconexión y horizontalidad entre los sectores, algo que contradeciría cabalmente al modelo burocrático de Max Weber con el que hemos venido existiendo.
Adicionalmente, vivimos un momento idílico para las TIC en función a su nueva capacidad para salvar vidas. En el entorno prepandemia, la Big Data recolectada se usaba para observar patrones de consumo con el fin de hacer geomarketing o diseñar políticas, esto último en países donde las ciudades inteligentes ya han sido implantadas. Ahora los distintos dispositivos recolectores de data pueden convertirse en una herramienta para salvar vidas. Es momento de pensar en la aplicación de drones para identificar áreas de la ciudad que necesiten más distanciamiento social o para rociar desinfectantes, de cámaras térmicas para captar pacientes con fiebre en tiempo real, de GPS para realizar seguimiento a pacientes contagiados (imaginemos incluir esto al app “PerúEnTusManos”) o de registrar digitalmente pacientes que necesiten respiradores o camas UCI. Si añadimos que esta Big Data puede ser interconectada mediante el Internet de las Cosas, tendríamos una entrada de información enorme para diseñar nuestras ciudades y para hacer más “conocido” lo que la pandemia ha hecho desconocido.
Recordemos que los peruanos tenemos un satélite con el que podríamos procesar imágenes mediante teledetección para articular toda esta Big Data descrita con nuestro territorio. Las herramientas existen y está en nuestra sociedad su aplicación. Entendiendo la resiliencia como la capacidad del ser humano para reponerse después de eventos infortunitos, esta sería una especie de resiliencia inteligente. Una resiliencia hacia la llamada “nueva normalidad”.