Periodista
En un país donde todos se quejan de la destrucción de la institucionalidad; de permanentes violaciones o infracciones constitucionales, y de la informalidad e improvisación en la toma de decisiones gubernamentales, suena muy curioso que un arzobispo y un respetable académico, a título personal, “comprometan” públicamente a un presidente de la República a hacer cambios “radicales” de política gubernamental y de gabinete, y anuncien que lo llevarán a coordinar estos cambios al seno de una organización civil que tiene muy poco reconocimiento y muy escasa representación ciudadana. Y todo esto sin que el presidente en cuestión diga algo al respecto en una semana.
Es sorprendente que dos personas bien intencionadas, pero a título personal, reemplacen o asuman las funciones de quienes han sido elegidos por la población, y que por mandato constitucional tienen en sus manos el control político, y anuncien el cambio del Gabinete.
Esto muestra el absoluto fracaso del trabajo parlamentario y de los grupos de oposición, porque se supone que quienes deben “convencer” u “obligar” al presidente a realizar la reestructuración total del Consejo de Ministros –vía presión, interpelación o censura–son los congresistas.
Durante mucho tiempo se ha hablado con mucha razón de la judicialización de la política. Sin embargo, quienes con justa razón han condenado esta tendencia, vienen tratando de “deshacerse” de Pedro Castillo o de debilitar aceleradamente a su Gobierno, teniendo como única fuente la vía fiscal o judicial.
Se ha renunciado a la vía política –pacto, coalición, acuerdo, etc.–, y solo se espera o se busca cada domingo un gran “destape” o una nueva acusación que dé vida a una vacancia o una “rebelión” de la calle.
Ante el fracaso y la total inoperancia de la oposición y la clase política, muchos pusieron toda su esperanza en “la calle”. Después de convocatorias sin éxito, el 5 de abril hizo pensar que por fin despertaba esa calle. Pero las cosas no pasaron de un enfrentamiento más.
Hoy, esa calle que desde las protestas en Huancayo hizo creer que el fin de este Gobierno estaba cerca, da un giro y alza su voz para pedirle a Pedro Castillo que vuelva a su vertiente radical de Constituyente, nacionalizaciones y cierre del Congreso, al que llaman “golpista”. El Gobierno arma “su calle”, arma su oposición, arma su Constituyente que muchos creyeron y dijeron que ya no volvería a mencionarse.
Hace varias semanas dijimos que el operador político del gobierno era Aníbal Torres, y que él asustaba y atarantaba a la oposición. Distraía al enemigo, mientras el presidente sobrevivía. Y sigue siendo así. Mientras muchos lo atacan, lo insultan y anuncian su caída, él sigue en su tarea, sigue cumpliendo su rol, distrae y concentra los epítetos, mientras el presidente gana tiempo, y viaja en su mundo paralelo.
Muchos, desde diciembre, vienen anunciando la caída del Pedro Castillo y hablan de la debilidad del presidente y del Gobierno. Pero quizás valga la pena preguntarse, ¿quién es o está más débil?, ¿quién está más fuerte: el presidente y el Gobierno, o la oposición y sus críticos?
Porque a pesar de todo, Pedro Castillo sigue ahí, a pesar de todo lo que se le descubre, y todo lo que se revela de su entorno y alrededores; a pesar de todo lo que él y su primer ministro dicen y hacen; y a pesar de todos los esfuerzos, humanos y ahora casi divinos, para sacarlo de la Presidencia o enrumbarlo por cambios “radicales”. Y en cambio, la oposición fracasa en cada intento. Tanto que ahora casi desaparece detrás de sotanas y entelequias.