Los efectos de la crisis de Ucrania en América del Sur no han esperado a que la dimensión sistémica del enfrentamiento entre grandes potencias se exprese en la configuración de un nuevo orden internacional o en reorientaciones de flujos de comercio y capital de largo plazo.
Si, con anterioridad, ese conflicto ya generó una nueva asociación sino-rusa, su fuerza centrípeta se expresa ya en nuestra región en cambios del balance poder traducidos en el comportamiento extrarregional de Estados suramericanos a través de las visitas oficiales de los presidentes de Argentina y Brasil al Presidente Putin y del Presidente de Colombia a la sede de la OTAN.
En el caso de Argentina y Colombia, sus presidentes acaban de mostrar en Moscú y Bruselas alineamientos y realineamientos opuestos que fragmentarán aún más nuestra región. Y en el caso del Brasil, se ha visto un cambio de rumbo desde Norteamérica hacia el Oriente que busca un nuevo centro de poder (BRICS). Si estas posiciones o tendencias permanecen o no, dependerá del desarrollo y la forma cómo concluya el conflicto en Ucrania así como en el resultado de cambios internos (elecciones) en los países suramericanos en referencia.
El caso argentino es uno de realineamiento manifiesto y sorpresivo conducido por el presidente Alberto Fernández en su viaje a Moscú antes de asistir a las olimpiadas de Pekín. En efecto, de manera opuesta a su trato financiero con Occidente, Fernández le propuso al Presidente Putin, en pleno conflicto con la OTAN, convertir a la Argentina en la “puerta de entrada de Rusia a la América Latina” e incrementar el vínculo con esa potencia de manera estructural.
Ello implica, según el Sr. Fernández, compensar la relación con Estados Unidos y deshacerse de la “dependencia” financiera con la primera potencia y el FMI. La propuesta sorprende en la coyuntura pero es consistente con la tradición peronista de la Segunda Guerra y la postguerra inmediata contraria al Occidente democrático.
La nueva asociación especial con Rusia, que se expresaría en una serie de proyectos de infraestructura, energía, finanzas y seguridad, surge después de que las autoridades argentinas negociaran recientemente con el FMI un acuerdo de refinanciación de una deuda de US$ 44.5 mil millones, contratada in extremis por el gobierno de Mauricio Macri, evitando así una cesación de pagos. Ese acuerdo se logró con ayuda del gobierno norteamericano (aunque no ha sido aún aprobado por el Congreso argentino).
Aunque según Putin la visita de Fernández había sido programada con anticipación, llama la atención que éste último la haya planteado en términos de oportunidad aludiendo al “contexto favorable” que habría emergido en la opinión pública argentina por la oposición al acuerdo con el FMI. Tal justificación (que debe ser comprobada) es, sin embargo, bastante menos creíble que el aprovechamiento argentino de una coyuntura que traduce un nuevo poder, status y protagonismo internacional rusos.
Por lo demás, el Sr. Fernández reiteró luego, en Pekín, su vocación de realineamiento al confesarse identificado con la revolución china con la que dijo compartir “una misma filosofía” (Infobae). Aunque pueda debatirse si tal expresión fue más anímica que racional, el hecho es que, de esta manera súbita, está apareciendo en pleno Cono Sur un baluarte euroasiático práctico e ideológico (aunque también plástico y maleable como el peronismo) en medio de un conflicto estratégico.
Por lo demás, esta situación termina de cancelar el pasado status argentino como socio mayor de la OTAN (“Non-Nato Ally”) que fue concedido a ese Estado (1997) luego de la primera Guerra del Golfo (1991) por el apoyo brindado a la coalición anti-iraquí por otro peronista: Carlos Saúl Menem.
De otro lado, en el norte suramericano, Colombia acaba de confirmar en Bruselas, en momentos críticos para la OTAN, su status de “socio global” de la Alianza Atlántica logrado en 2018. Así lo expresó el presidente Iván Duque al Secretario General de esa organización respaldando la posición de la Alianza en el sentido de que, si bien la solución diplomática al conflicto en Europa es lo mejor para el mundo, ningún país (Rusia) puede impedir que otro (Ucrania) que éste procure la asociación de seguridad que más le convenga y menos alterar la integridad territorial de ese Estado.
En el proceso, el Presidente Duque hizo un recuento de los beneficios obtenidos por Colombia del vínculo transatlántico (entrenamiento de Fuerzas Armadas, mejores prácticas en transparencia, derechos humanos y justicia militar) y de los aportes de Colombia a la Alianza (políticas de desminado, acción conjunta para reducir la deforestación y mayor cooperación marítima además de acciones conjuntas contra el calentamiento global ligadas a la seguridad). La confirmación del alineamiento colombiano con la OTAN y Estados Unidos fue rotundo (y, sin embargo, podría cambiar si la izquierda colombiana -Petro- triunfa en las próximas elecciones).
De otro lado, el Presidente del Brasil, Jair Bolsonaro, cuya vinculación ideológica con el expresidente norteamericano Trump es indiscutible, expresó ayer en Moscú su “solidaridad” con Rusia en la actual coyuntura. Esa expresión puede haber sido una extrapolación de la buena relación que Trump mantuvo con Putin y, en todo caso, quizás no pueda considerársela como un aval pleno a Rusia considerando el vínculo prioritario existente Brasil y Estados Unidos forjado por el pro-norteamericano ex-canciller Araújo.
En efecto, la deliberada expresión del Presidente Bolsonaro no parece ser una que exprese alineamiento estructural. Ésta más bien se enmarca en el impulso que pudiera surgir de la actual coyuntura para el fortalecimiento de nuevos centros de poder asociado (como el grupo BRIC tan promovido por el Brasil y conformado también por Rusia) y la promoción de un sistema internacional “más inclusivo”. El comunicado conjunto ruso-brasileño no olvida el punto mientras da cuenta de los múltiples escenarios de cooperación que Brasil y Rusia se proponen enfatizar (agricultura -especialmente fertilizantes-, medio ambiente, ciencia y tecnología, procesos aduaneros y defensa y seguridad como complemento de la intensificación del diálogo político)
Mientras los efectos del conflicto sistémico que se desarrolla en el Este de Europa producen las evoluciones mencionadas, el Perú no ha adoptado parecer o posición alguna al respecto. Peor aún, ha ignorado por completo este punto de inflexión inhibiéndose hasta de expresar su preocupación al respecto como ocurrió en el discurso de despedida del último canciller diplomático.
Es verdad que la incapacidad del gobierno y su incierto futuro impiden un pronunciamiento nacional verosímil. Pero luego de tomar nota del largo recuento de acciones realizadas en la gestión del último canciller, una reacción peruana al respecto no podía ser omitida sin un costo regional y global. Ello revela que el supuesto principio de “no aislacionismo” aludido artificiosamente por el excanciller, y hasta nuestra antigua propensión a la neutralidad, no es otra cosa hoy que retórica y formalismo impotente en el ejercicio de nuestra política exterior.