Presidente del Consejo Privado de Competitividad
Todo estado moderno cuenta con un marco previsional para sus ciudadanos, donde la participación obligatoria y adecuadamente incentivada es fundamental. Los riesgos que enfrentan los seres humanos durante el ciclo de vida -como quedar desempleado, enfermarse, envejecer y fallecer- es de tal importancia que no puede dejarse exclusivamente a la decisión individual, debido a las enormes externalidades intergeneracionales negativas sobre las familias y el fisco. En efecto, los impactos de no contar con un sistema de protección social pueden ser de tal calado que, de hecho, para el caso peruano, se constituye en una de las principales fallas institucionales que lastra su competitividad.
En el Perú, nos encontramos hace bastantes años en un desgastante debate que no ha llegado a ninguna parte, concentrado en el componente de ahorro obligatorio que atiende fundamentalmente a los trabajadores en planilla. Si bien, es necesario hacer perfeccionamientos a esta pieza del rompecabezas, las discusiones de expertos han obviado hablar sobre el “elefante en la vidriera”, es decir, sobre ese 75% de la PEA que desempeñan labores como trabajador independiente y/o fuera de la formalidad que no tienen pensión.
¿Cómo armar un sistema de pensiones para todos en el Perú? Lo primero es contar con un diagnóstico realista que entienda que el sistema previsional peruano es un reflejo directo de sus condiciones estructurales como país. No podemos pretender tener el nivel de cobertura laboral ni de beneficios que tiene Holanda, por ejemplo, cuando no tenemos ni su nivel de PBI per cápita ni de productividad, los mismos que quintuplican al peruano. En el Perú, la productividad laboral está a la cola de Latinoamérica y su mercado de trabajo tiene costos de contratación que se calcula en cerca del 70%. Así, se entendería por qué solo los trabajadores de alta productividad cotizan recurrente en los esquemas de AFP y ONP, mientras que la apabullante mayoría no.
La solución estructural para el Perú que brinde mejores pensiones, pasa por resolver el problema de la informalidad, asociado a la presencia de una baja productividad y mercado laboral disfuncional, pero ello puede tomar muchos años. En el corto plazo, sin embargo, lo que se necesita es un sistema que se adapte a estas restricciones y que en el tiempo vaya progresando, si el país progresa. Desvíos respecto a nuestra realidad de baja productividad no es sostenible ni realista y derivarán en costos enormes para la sociedad. Por tanto, “pisar tierra” es clave.
Así, si lo anterior se entiende, el sistema de pensiones debiera permitir un tránsito fluido entre cotizaciones acorde con el nivel de productividad laboral. Personas con productividad laboral baja en la informalidad, deberían aportar a tasas más bajas y con una flexibilidad amplia que se adapte a la frecuencia y montos intermitentes en el flujo de ingresos. A medida que la productividad laboral y los ingresos sean mayores, los aportes evolucionarían y se consolidaría la obligatoriedad del ahorro. Como esta baja productividad está asociada a ingresos bajos y poco predecibles, se requerirá incorporar soluciones que combinen incentivos monetarios a través de subsidios estatales (e.g. subsidios a pisos pensionarios, devolución del IGV, matching contributions o capital semilla), herramientas de la economía conductual y soluciones digitales que combatan los sesgos contra el ahorro a largo plazo dado el hecho que cuando los ingresos son bajos, las prioridades de las familias están más concentradas en lo urgente.
Habrá que ser muy realista respecto a las pensiones resultantes de cotizaciones bajas e irregulares. Si la productividad es baja, el ahorro será bajo y las pensiones también. Los subsidios estatales pueden ayudar, sin duda, pero estas pensiones quizá sigan desviadas de las aspiraciones que como sociedad deseamos. Por tanto, una pieza importante podría ser el anclar estas expectativas a diferentes objetivos de pensión a alcanzar de acuerdo con un número de cuotas fijas que irían a sus cuentas individuales. La economía conductual evidencia que en los segmentos de menores ingresos el objetivo concreto de “para qué se ahorra” es un claro motivador. Así, por ejemplo, una tabla de beneficios pensionarios asociada a un número de cuotas a aportar en la frecuencia que mejor les acomode daría una idea más clara de “cuántas cuotas me falta” para obtener la pensión objetivo. Se incrementa el ahorro, se fija la pensión, y se reducen las decepciones.
Los mecanismos de pensiones no contributivas, tipo Pensión 65 (que ahora se le quiere cambiar de nombre), son, por cierto, importantes, pero no es serio pensar que se puede construir un sistema pensionario basado solo en el asistencialismo. Si no diseñamos un marco flexible-realista para el ahorro de los trabajadores de baja productividad, difícilmente podremos aspirar a mejorar sustancialmente nuestras condiciones previsionales actuales. Hablar de reforma de pensiones sin dar espacio al ahorro pensionario de ese 75% de la PEA, no tiene sentido.