Durante el primer semestre del año la economía peruana registró una contracción del 0.5%. Si bien la inestabilidad política y social durante los primeros meses de 2023, así como las anomalías climáticas del periodo hacían presagiar un resultado como este, a juicio de las proyecciones económicas de inicios de año el efecto sobre nuestro nivel de producción debía ser importante, pero temporal. Es decir, era de esperar que una vez disipados los choques retomemos un lento pero sostenido proceso de recuperación que nos lleve suavemente a tasas de crecimiento cercanas al 2% hacia fines de año.
Lamentablemente, este pareciera que ya no es el caso. Como adelantamos en Macroconsult a fines de setiembre, la caída del PBI en julio (1.3%) así como la debilidad de los indicadores adelantados de agosto nos llevaron a revisar nuestra proyección. De ese modo, lejos de crecer, la economía peruana durante 2023 se contraería a tasas cercanas del 0.2% en nuestro escenario base. Detrás del resultado está el mal desempeño de la inversión privada en general y de las familias en particular quienes vienen reajustando sus decisiones de consumo e inversión luego del ciclo de liberalización de fondos de ahorro forzoso. Además, es de esperar que esta fuente de incertidumbre se prolongue por lo menos hasta el primer semestre del próximo año por lo que en 2024 la economía crecería a penas 2%.
Este nuevo contexto, como es de esperar, ha afectado nuestras proyecciones de pobreza para el periodo 2023 – 2024. En julio de este año nuestro escenario base de pobreza era un ligero aumento desde una tasa de 27.5% registrada en 2022 hasta aproximadamente 28.5% en 2023 y luego una corrección hasta nuevamente 27.5% en 2024. Sin embargo, este escenario estaba sustentado en una economía que crecía alrededor de 1.5% este año y casi 2.5% el próximo. Con las nuevas tasas de crecimiento proyectadas es bastante probable que la pobreza los próximos dos años se estabilicen alrededor del 29% aunque ligeramente más alta en 2023 que en 2024. Este comportamiento se asocia, por un lado, con la recuperación del crecimiento el próximo año, pero además a la trayectoria esperada de la inflación, la cual, si bien se mantuvo elevada a inicios de este año (alrededor del 8%), debería seguir cediendo suavemente los próximos 15 meses hasta converger a 2.5% a fines de 2024. De este modo, el efecto negativo de la inflación (sobre todo la asociada a los rubros de alimentos y energía) en las poblaciones más pobres y vulnerables (particularmente en zonas urbanas) deberían ser menores en 2024 frente a 2023.
Este escenario es consistente, además, con una recuperación selectiva del empleo durante este año y el próximo, donde las poblaciones más vulnerables estarían enfrentando mayores dificultades que el promedio nacional. Al analizar la información del INEI de inicios de este año, observamos que, tanto el empleo rural como el empleo urbano fuera de Lima está más débil que en la capital. Incluso dentro de Lima Metropolitana si bien el mercado de trabajo ya ha recuperado su trayectoria prepandemia, esto se explica sobre todo por el aumento de los empleos de mayor capacitación y calificación. La inserción laboral de, por ejemplo, jóvenes y trabajadores con solo educación básica muestra, más bien, tendencias decrecientes. Es en este contexto donde las acciones de política pública cobran relevancia como, por ejemplo, aquellas asociadas al programa con Punche Perú. No obstante, en nuestro escenario central la efectividad de estas medidas compensatorias (subsidios y programas de empleo temporal) en la reducción pobreza están condicionados a la capacidad de focalizarlas en los segmentos con mayor probabilidad de caer o salir de esta situación en el corto plazo. En las condiciones actuales somos aun poco optimistas en este aspecto.
Finalmente, creemos que nuestro escenario central de proyección de la pobreza no está libre amenazas. La más importante se vincula con la ocurrencia de fenómenos climatológicos de mediana a gran intensidad en 2024. Esto podría generar un choque negativo en el empleo e ingresos (sobre todo rurales) generando un salto abrupto de la pobreza en el primer trimestre de ese año; el cual, si bien debería corregirse en lo que resta del año, es muy probable que, en promedio, el 2024 se ubique por encima del 2023. De esta forma la pobreza el próximo año podría acercarse a niveles del 30%.
El significado de esta cifra no es menor ya que no solo implicaría retornar a los peores niveles de pobreza observados en la década, sino que lo haríamos en un contexto donde el empobrecimiento de los segmentos más vulnerables se ha vuelto persistente, con una pobreza crónica acelerándose y con niveles de inseguridad alimentaria que lejos de ceder siguen en aumento. De ocurrir este escenario y si es que sus efectos impactan sobre los niveles de nutrición y desarrollo infantil temprano, las consecuencias de largo plazo pueden ser irreversibles tanto a nivel de competitividad y productividad de nuestra economía como en la calidad de vida de sus ciudadanos.