Apoyo Comunicación
“Si un proyecto minero no tiene rentabilidad social simplemente no va”, Pedro Castillo en su primer mensaje a la nación.
No son pocos los que han tratado de definir la rentabilidad social durante estos meses. El Ministerio de Energía y Minas señaló que es un concepto superior a la licencia social y que implica que los proyectos que impulse el Perú contribuyan a dinamizar la economía local, incrementen el ingreso de capitales, generen empleos de calidad, desarrollo infraestructura de libre acceso, mejoren la distribución de ingresos, regeneren el medio ambiente, entre otros.
Los proyectos extractivos, energéticos y de infraestructura ya generan estos impactos en sus zonas de influencia y en las economías regionales pero lo que busca la rentabilidad social es que las empresas contribuyan de forma más activa a integrar a sectores de la población históricamente marginados, haciéndolo visibles y reduciendo las brechas de desigualdad existentes. Por lo tanto, encaja con el propósito de muchas empresas responsables que trabajan considerando componentes sociales y ambientales, aparte del económico. Es una oportunidad para alinear los objetivos empresariales con un propósito social específico.
Un desafío inicial es su medición. El Minem publicó criterios de medición basados en áreas temáticas como Dinamización de la economía; Ingreso Nacional, Balanza Fiscal y de Pagos; Nivel de calidad de empleo y salarios; Infraestructura local y nacional; Tecnología, Distribución del ingreso, estructura del status y poder; y Ecosistema y cultura. Sin embargo, se evidencian vacíos de diagnostico social, económico, cultural y ambiental, además de omitir un enfoque de derechos humanas ni dar indicadores claros de aplicación. Además, el Gobierno debería aterrizar la medición en base a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Un criterio de medición recomendado es el Retorno Social de la Inversión (SROI por sus siglas en ingles), que mide el valor extra financiero, aquel que no se refleja en los estados financieros tradicionales. Así, mientras el ROI (Retorno de inversión) mide la rentabilidad económica, el SROI nos da una visión completa que incluye proyectos e iniciativas que suelen excluirse de las valoraciones. Por ejemplo, el SROI mide objetivos tangibles que generen valor en la sociedad como la reducción de tiempos de atención hospitalarias, aumento de conectividad en zonas rurales, acceso a saneamiento básico, a educación o al sistema financiero, etc.
La implementación del SROI implica un conocimiento del público con el cual trabajan las empresas, incluyendo sus expectativas. Por ello, requiere levantar información de los stakeholders, diseñar objetivos e indicadores claros para mejorar su calidad de vida, estimar costos para aplicar acciones de gran impacto, calcular los beneficios sociales generados, entre otros. Una medición aterrizada para medir la rentabilidad social.
Tan importante como la medición de nuestra rentabilidad social es su comunicación, lo cual es clave para construir y reforzar la confianza de los stakeholders. No existe una forma infalible de hacerlo ya que todas las empresas son distintas e interactúan con stakeholders distintos. Sin embargo, podemos considerar algunos aspectos comunes.
Lo primero es priorizar generar vínculos sólidos con los stakeholders, entendiendo que la comunicación es siempre un proceso de doble vía. No debemos solo buscar anunciar los avances en medios masivos, hay que buscar los canales adecuados para mantener la doble vía, recogiendo opiniones, dudas, sugerencias, etc. de nuestros stakeholders. Además, debemos emplear formatos adecuados para incrementar el impacto del mensaje, usando un lenguaje atractivo y ágil que se adapte a las características de nuestro público.
Una adecuada comunicación será clave para hacer participe del desarrollo tanto a nuestro público externo como interno, haciéndolos participes de nuestra rentabilidad social.
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