Decano de la Facultad de Ingeniería de la UTP
En la actualidad, la preocupación por el medio ambiente va más allá de ser una discusión académica. La firma de la COP21 establece un marco internacional para abordar los desafíos del cambio climático, que cada día tiene más manifestaciones.
El ecologismo no solo ha ganado legitimidad en la sociedad civil, sino que se está convirtiendo aceleradamente en un tema estratégico para los directivos de las principales empresas en todo el mundo. Cada vez más compañías, especialmente las que listan en bolsa, publican reportes de sostenibilidad y la mayoría de los nuevos proyectos incorporan estudios de impacto ambiental.
A pesar de lo avanzado, hasta el momento aún queda mucho por hacer. En tiempos de austeridad, cuando los presupuestos son limitados la sostenibilidad muchas veces se obvia. Además, existen empresas a las que les cuesta aceptar lo que realmente significa.
Según el profesor Mike Rosenberg, vincular a la empresa con el medio ambiente es crucial, no solo por las operaciones a corto plazo, sino por razones estratégicas que afectan la viabilidad del negocio a mediano y largo plazo, así como los resultados financieros y la rentabilidad para el accionista.
Dentro de los retos estratégicos que tienen las empresas, está la licencia social para operar; si la comunidad no acepta a la empresa, es difícil obtener los permisos legales y que sus productos sean adoptados por los consumidores. Igualmente, en la gestión de riesgos catastróficos, los cuales pueden ir más allá de las pérdidas financieras y problemas legales, afectando la continuidad de la empresa.
Asimismo, el comportamiento del consumidor ha cambiado, muchos dejarían de comprar los productos de una compañía cuyo rendimiento ambiental les parezca deficiente. Incluso, un segmento estaría dispuesto a pagar más por productos o servicios sostenibles.
Otro reto es la interacción entre la innovación tecnológica y el medio ambiente. Un claro ejemplo son algunos avances como el automóvil eléctrico que no genera emisiones y que sus costos lo están haciendo cada vez más accesible o las iniciativas para la sustitución del plástico de un solo uso.
Es importante tomar en cuenta las consecuencias ambientales de la globalización. Muchas empresas utilizan la baja regulación de algunos países para ubicar sus instalaciones productivas, reduciendo costos, pero pueden ser acusadas de dumping ambiental, causándoles un daño a su reputación.
La sensibilidad ambiental es el grado en que los grupos de interés relacionados con la empresa son conscientes de cómo sus operaciones afectan al medio ambiente, esto varía mucho dependiendo del sector y su carga regulatoria, la presión externa de los líderes de opinión, así como la presión interna de empleados y directivos. En función a esta sensibilidad, se aplica una opción estratégica para asegurar la continuidad de la empresa.
Rosenberg define seis opciones estratégicas basadas en dos variables, el nivel de cumplimiento normativo y la sensibilidad ambiental. Estas van desde infringir la ley, conviviendo con la contingencia ambiental; hacer el mínimo esfuerzo para así evitar una sanción; verlas venir anticipándose a posibles cambios en la regulación o acciones de la competencia; exhibir los logros que hace la empresa en el campo ambiental; actuar por principios llegando incluso a sacrificar indicadores financieros para satisfacer demandas éticas o ambientales y, finalmente, adelantarse a lo que exige la ley y la comunidad para crear una ventaja competitiva a futuro.
Si se enmarca la sostenibilidad ambiental en términos estratégicos, será más factible que la alta dirección apruebe las iniciativas. Se debe cumplir la ley e ir avanzando hacia ser una compañía ambientalmente responsable. Cuidemos el planeta, por nosotros y por las futuras generaciones. El reto es grande, pero juntos lo lograremos.