Senior Partner de McKinsey & Company Perú
Durante los últimos años, hemos atravesado diversas crisis mundiales. Sin embargo, la que estamos viviendo actualmente tiene diversos factores que la hacen más compleja al tener elementos geopolíticos (la guerra de Rusia – Ucrania), económicos (el incremento del precio de la energía y algunos commodities de alimentos) y finalmente financieros (como la caída de los mercados de valores ante el incremento en las tasas de interés). Todo esto ha llevado a que, en Perú, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) a julio de este año, la inflación anual (agosto 2021 – julio 2022) llegue a 9.28%.
Antes de la guerra, el mundo ya venía experimentando grandes cambios por la pandemia de la COVID-19. Se estima que el virus ha cobrado más de seis millones de vidas a nivel global, e incluso hoy continúa causando complicaciones laborales y de salud a la población y a las empresas. Además, no podemos olvidar la crisis silenciosa, pero siempre presente: la crisis climática.
Todas estas situaciones han hecho que las organizaciones exitosas apuesten por evolucionar sus prácticas de gestión de riesgos. Desde McKinsey & Company, apostamos por la resiliencia como estrategia para prosperar, ejecutándola no como una estrategia defensiva, sino de crecimiento.
Según una investigación de McKinsey & Company del 2019, The emerging resilients: Achieving ‘escape velocity’, las empresas evaluadas como más resilientes generaron un mayor valor para los accionistas que sus pares menos resilientes a lo largo de todo el ciclo de vida de las principales crisis económicas de las últimas dos décadas. De igual manera, la investigación del Foro Económico Mundial (2022) sugiere que el impacto de la resiliencia en el crecimiento anual del PBI es del 1 al 5% a nivel mundial.
Al momento de evaluar una crisis, es necesario considerar los efectos iniciales, secundarios y terciarios los cuales a su vez pueden dar pie a un nuevo problema. Como en el caso de la pandemia de la COVID-19, que en un inicio fue una crisis de salud pública, pero luego se convirtió en una crisis económica, social, etc. Esta además nos deja una gran enseñanza: las grandes crisis crean bases sólidas para el futuro.
Una estrategia activa de resiliencia debe incorporara tres elementos: preparación, percepción y propulsión. Dentro de la preparación es clave invertir en flexibilidad. Es decir, crear alternativas viables como tener múltiples proveedores para disminuir el riesgo. También, desarrollar amortiguadores a través de factores de seguridad o manteniendo reservas financieras. Estos permiten que las organizaciones se adapten rápidamente, crezcan en las nuevas condiciones y avancen rápidamente hacia nuevas oportunidades. Finalmente, fortalecer los canales para compartir información y desarrollar herramientas.
Con el objetivo de ejercitar la percepción, las empresas pueden planear con anterioridad a través de la creación de escenarios para analizar las posibles implicaciones, así como, poner a prueba la estrategia y actuar en base a los resultados. Desarrollar habilidades para la detección temprana de una posible disrupción ayudará a afinar la percepción.
En el caso de la propulsión o actuar de manera eficaz, se puede lograr con equipos multifuncionales para apoyarse en la toma de decisiones y ejecución cuando sea necesario. Para ser exitosos es importante dar una respuesta eficaz en las primeras fases de la disrupción, sabiendo cuándo actuar con rapidez y cuándo frenar para meditar. En ocasiones, las crisis presionan a los líderes a favorecer acciones que se puedan implementar rápidamente; sin embargo, estas pueden tener consecuencias inesperadas. La estrategia de la resiliencia propone dar espacio para la toma de decisiones meditadas.
Cabe resaltar que las condiciones para la estrategia de resiliencia no van a ser las mismas para todas las organizaciones, ya que dependen del contexto social y económico en el que se desarrolla la empresa. Sin embargo, es una estrategia que vale el esfuerzo promover. La resiliencia se conoce como la capacidad de recuperarse rápidamente; sin embargo, la recuperación por sí sola no es un objetivo adecuado. Las organizaciones verdaderamente resilientes se recuperan mejor e incluso prosperan.