De acuerdo con el Índice de Inclusión Financiera que Credicorp desarrolló recientemente junto a Ipsos, solo el 48% de la población económicamente activa (PEA) en el Perú cuenta con algún producto financiero para el ahorro. Es decir, uno de cada dos peruanos no tiene una cuenta con la cual hacer lo básico en una economía formal: realizar y recibir pagos, menos aún ahorrar, de forma segura.
El sector financiero, constituido por bancos, financieras, cajas y otras entidades formales y adecuadamente reguladas, ha hecho esfuerzos enormes durante décadas de apertura económica y mucha competencia para llegar a más peruanos; pero aún estamos a mitad de camino. Es probable, entonces, que necesitemos otras tantas décadas para incluir financieramente a todos los ciudadanos del país.
O tal vez no. Las entidades financieras invierten su capital en infraestructura, tecnología y personal para crecer y dar mejores servicios, en educar a los usuarios para que conozcan mejor los productos y sus ventajas. En ese camino, nuestras entidades suelen encontrarse con una barrera, que se presenta cuando atender a un cliente adicional resulta no ser “costo-eficiente”.
El sector, sin embargo, ha entendido que la ruta de la digitalización y la innovación permite cruzar esa frontera y llegar a muchos más peruanos con soluciones simples y accesibles, atendiendo necesidades básicas que les permitan ahorrar, comprar, vender, enviar dinero o financiarse. En otras palabras, esta ruta permite incluirlos financieramente en la formalidad y generar, así, cada vez mayor bienestar.
Quiero resaltar que no estoy hablando de bancarización sino de inclusión. El que una persona tome por primera vez un producto financiero es el punto de partida, pero la verdadera inclusión financiera se materializa cuando esa persona usa los productos y los canales financieros en su vida cotidiana, cuando desarrolla una relación de confianza con el sistema. En esa línea, las empresas del sector venimos desplegando grandes esfuerzos no solo en crear soluciones simples que atiendan necesidades básicas con el uso de nuevas tecnologías, sino también en educación financiera, pues sin entendimiento no habrá uso, y sin uso no habrá una verdadera inclusión.
Lo anterior ha quedado demostrado con las billeteras digitales, cuyo uso creció de manera impresionante durante la emergencia sanitaria desencadenada a causa del covid-19. Las que existen en el mercado no solo han crecido en número de usuarios sino que han conseguido también que más personas se afilien sin tener una cuenta de ahorros; es decir, para todos ellos este se convirtió en su primer servicio financiero. Y, hoy, más de un millón de pequeños negocios lo usan para vender y comprar.
Por fortuna, la emergencia sanitaria encontró a un sistema financiero que ya contaba con este tipo de servicios. Ello ayudó a aliviar, en gran medida, las dificultades generadas en medio del confinamiento y del dolor ocasionado por la pandemia. Según el Banco Central de Reserva (BCR), las operaciones digitales casi se duplicaron en un año y sumaron 81.4 millones en diciembre de 2020. Asimismo, el número de titulares con cuentas de dinero electrónico en el sistema llegó a los 3.1 millones en ese mismo periodo.
La velocidad de la inclusión se acelerará y probablemente no necesitaremos décadas para llegar a todos los peruanos. El bienestar se logrará con mayor inclusión en distintos aspectos, siendo uno de ellos la inclusión financiera. El sector financiero seguirá siendo un pilar fundamental para lograr una economía más inclusiva y sostenible, que permita que todos accedan a mejores oportunidades.