Periodista
La pregunta a la que todos buscaban respuesta ayer era una sola: ¿caerá Castillo?. Y la respuesta también fue una: todavía no.
El Gobierno vuelve a hacer todos los “méritos” para ganarse el rechazo popular, pero, por ahora, no existe el mecanismo que permita esa caída que la inmensa mayoría busca; y, por otra parte, la oposición parece siempre “boicotear” o bloquear esa posibilidad.
La vacancia no prosperó gracias a la cortesía del Congreso, y no podría prosperar ahora teniendo como justificación la crisis social. La ineptitud no es una causal de vacancia.
El Presidente no va a renunciar, al menos por ahora, aunque quizás en varios momentos lo desee. Sabe que al día siguiente de renunciar su situación podría ser mucho peor que la que hoy tiene. Solo una situación extremadamente dramática, como la que se vivió durante las últimas horas de la brevísima gestión de Merino, o la inminencia de la difusión de una prueba inequívoca y explícita de un presunto acto de corrupción, podrían obligarlo a dejar el cargo.
Durante los últimos días, el Gobierno fue sometido a una enorme presión, primero desde Junín, y luego desde otras regiones. Pero ayer el rechazo y descrédito se hizo casi unánime, fue en Lima y en las regiones, aunque por motivos diferentes.
Los bloqueos y movilizaciones regionales, que no respondían a una sola coordinación ni a una única plataforma de reclamos, buscaron obligar al Gobierno a ceder ante demandas de grupos diversos afectados por el alza de los precios, y ante exigencias maximalistas –incluso políticas radicales– aprovechando la situación. Y el Gobierno cedió en lo económico, y seguramente lo seguirá haciendo.
El repudio en la capital empezó a primeras horas de la madrugada de ayer, específicamente por la inmovilización o toque de queda declarado, literalmente, entre gallos y medianoche, por el Gobierno. Ese fue el detonante de: a) un rechazo generalizado a la medida, incluso de los “aliados” y oficialistas; b) una desobediencia civil que puso en evidencia que ya no se respeta ni al Presidente, ni su palabra, ni sus medidas; y c) de una espontánea y masiva movilización de la clase media, que debe haber puesto verdes de envidia a los organizadores de marchas opositoras anteriores, y que fue aprovechada por algunos grupos para tratar de generar violencia, quizás con la idea de reeditar la jornada que acabó con el mandato de Manuel Merino.
Sería un error creer que las movilizaciones son acciones coordinadas que responden a los mismos reclamos. Como sería también un error creer que por esa fragmentación son menos dañinas para el Gobierno. Ambas han llevado al Gobierno a una debilidad extrema. A un paso del más allá.
En lo que sí convergen todas las movilizaciones es en el objetivo final: la caída de Pedro Castillo. Quieren que renuncie y se vaya. Unos, en las regiones de la sierra central o del sur, porque lo consideran un “traidor”, y porque no cumplió y se alejó de sus promesas electorales; mientras otros, básicamente en Lima y el norte, por la ineptitud e incapacidad del Gobierno, y para evitar que cumpla con promesas electorales, como la Asamblea Constituyente.
Pero el Presidente siempre encuentra la mano del Congreso y de la oposición para darle un poco de oxígeno. Una primera dosis se la dio el congresista Jorge Montoya, quien justificó públicamente la inmovilización. Y la segunda dosis se la dio la convocatoria de la Presidenta del Congreso para que vaya con sus ministros a plantear y coordinar medidas para enfrentar la crisis. Una reunión que en realidad no sirvió ni para coordinar medidas ni para atender la emergencia. Solo sirvió para que el Presidente anuncie a las 5.00 p.m. el levantamiento del inservible toque de queda, y para que diga que siempre acude al Parlamento cuando lo convocan.
Las protestas y las movilizaciones van a continuar, con un gobierno que no tiene ni idea de cómo enfrentarlas, y que solo atina a meter la mano al bolsillo para contentar a los protestantes.
¿Hasta cuándo llegará? Difícil saberlo. Se va a apelar al Consejo de Estado, al Acuerdo Nacional, a todos los santos, cuando, en realidad, lo que debe hacer el Presidente, si quiere durar, es recomponer todo su Gabinete y dejar la gestión en manos de un buen Primer Ministro y de un gabinete con solvencia moral y profesional, para que ejecute políticas de verdadera tranquilidad social y real reactivación económica.
Y si no puede ni quiere hacerlo, que le haga un bien al país y vaya redactando su carta de renuncia.