Director Fundación Internacional ORP
Imaginemos un vaso con agua. Si yo vertiera una gota de pintura negra, automáticamente se pintaría todo su contenido de ese color. De la misma manera –y de una forma irreversible–, se producen los cambios en la organización del trabajo. Y, frente a ello, la pandemia ha significado un parteaguas.
Si antes el teletrabajo era una quimera, hoy es materia de evaluación, tanto a nivel normativo como directivo: ¿Cómo desarrollar una regulación adecuada que permita promover su uso sin desincentivarlo con sobrecostos para el empleador? ¿Cómo ofrecer el mejor producto a nuestros clientes y seguir siendo competitivos en el mercado sin vernos físicamente? ¿Cuál es la mejor modalidad de trabajo (presencial, híbrido o remoto) para que siga evolucionando nuestro negocio?
Se trata de cuestiones que preocupan tanto a empleadores como a colaboradores, las cuales siguen alargando la incertidumbre vivida en estos últimos dos años de pandemia. Sin embargo, resulta importante precisar que el tema de la salud mental en el trabajo no es nuevo y, por lo tanto, no aparece con la presión por volver al trabajo presencial. Más bien se trata de un hecho que la OMS ya advertía antes del COVID-19, y que ya era motivo de más del 30% de las bajas laborales.
Entonces, para hacerle frente a esta problemática, están los equipos dedicados al ámbito de la Salud y Seguridad en el Trabajo (SST), que se dedican a conjugar eficientemente los intereses de los trabajadores con los de la empresa, buscando cierta armonía que sea beneficiosa para las dos partes. Y, en ese sentido, la pandemia, así como la “nueva normalidad” que vino con ella, han representado un reto:
Si la oficina física es un ecosistema que los profesionales de SST conocemos muy bien y donde podemos actuar y controlar muchas de las variables intervinientes, ya sea porque tenemos datos o por la experiencia acumulada durante años, esto no es el caso del hogar del trabajador, donde debemos esforzarnos por imaginar la mayor cantidad posible de “escenarios laborales”. Esto amplía significativamente el ramillete de posibilidades, y es ahí donde –de momento– se vienen aplicando soluciones muy genéricas.
Por ello, un consejo preliminar que le podría dar a los empleadores sería evitar un regreso forzado al trabajo presencial, el cual pueda desencadenar en una pérdida de talento significativa que comprometa el desarrollo del negocio. Una realidad que, por cierto, se está viendo actualmente en Estados Unidos con la llamada “Gran Renuncia”, donde muchos trabajadores, para no volver a la oficina, renuncian con la finalidad de emprender un negocio o cambiar de trabajo a una empresa que sí les permita permanecer en el modelo remoto.
Sin embargo, como todavía no está claro el cómo será el modelo de trabajo predominante a medio plazo, ahondar en el análisis no sería prudente. Por lo pronto, nos queda seguir estudiando qué aspectos son los que quedarán profundamente modificados y cuáles otros simplemente sufrirán los cambios propios de adoptar y dominar las nuevas tecnologías por parte de la comunidad –y digo comunidad porque este es un camino bidireccional en el que los clientes y usuarios de nuestro trabajo también influyen significativamente en los cambios que se están dando en el mundo laboral–.
Empatía y paciencia para un retorno progresivo, que tome en cuenta las nuevas necesidades de los colaboradores y que no ponga en riesgo el desarrollo del negocio. Por lo pronto, la tecnología seguirá siendo nuestra gran aliada.