Director ejecutivo de Videnza Instituto
Los esquemas de integración regional enfrentan una delicada encrucijada a raíz del petardeo de la Alianza del Pacífico por partida doble. Mientras el mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador, se niega a traspasar la presidencia pro tempore del bloque a nuestro país, su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, intenta resucitar la trasnochada Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Móviles políticos e ideológicos prevalecen hoy en la política exterior económica por decisión de los actuales gobernantes, que siempre vieron con recelo el éxito de la alianza e intentan imponer estrategias que miran hacia dentro y que desdeñan el libre comercio y el rol de la iniciativa privada en el desarrollo de sus naciones.
Haciendo eco de propuestas de los países Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), los gobiernos progresistas de la región pretenden revivir el establecimiento de una moneda única como medio de pago alternativo al dólar estadounidense para el comercio intrarregional. La única experiencia exitosa en esta materia ha sido la europea desde el lanzamiento del euro en 2002. La construcción de una unión monetaria en el Viejo Continente demandó un duro proceso de convergencia y de cesión de soberanía. De hecho, significó renunciar al manejo nacional de la política monetaria y cederle la competencia a una entidad supranacional como el Banco Central Europeo.
En el plano regional, la pretensión de establecer un proyecto de moneda única, liderada por Lula, no es ninguna novedad. En 2009, la Unasur introdujo el Sistema Regional Unificado de Compensación (Sucre) como moneda virtual destinada a facilitar el comercio intrarregional. El sucre buscaba reducir la dependencia del dólar estadounidense y promover la integración económica regional. Sin embargo, las dificultades para hacer operativo el sistema obstaculizaron su eficacia y el proyecto fue suspendido.
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Las divergencias económicas entre los países de la región crean desafíos en la alineación de las políticas monetarias para promover la estabilidad y la convergencia en su interior. La inestabilidad de precios difiere significativamente entre países, desde la inflación de más de 100% que se registra en Venezuela y Argentina hasta el mantenimiento de tasas que convergen a sus metas de inflación, como en Chile, Brasil, Colombia y Perú. Factores políticos e institucionales explican las disparidades en los resultados de la política monetaria aplicada, especialmente el relativo a la independencia del banco central (o su subordinación al poder político). Este es un claro factor diferenciador entre el Perú y el vecindario, como lo confirman la fortaleza y estabilidad de nuestra moneda.
Es evidente que las propuestas recientemente abordadas en la cumbre presidencial de Brasilia carecen de factibilidad técnica y minan los esfuerzos por propiciar una integración más efectiva entre los países sudamericanos. Por el contrario, es preciso recordar que la Alianza del Pacífico constituye un claro ejemplo de un proyecto sensato de complementariedad económica liderado por los gobiernos de sus países integrantes con la activa participación de los gremios empresariales. Esto colocó al bloque en una liga distinta a nivel internacional, pues se constituyó como la octava economía mundial y congregó la atención de más de sesenta países observadores. En conjunto, el bloque conforma un mercado ampliado de más de 230 millones de personas, atrae alrededor del 45% de los flujos de inversión extranjera directa y representa el 56% del comercio de Latinoamérica y el Caribe con el resto de mundo.
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Pese a la alternancia de gobiernos de distinto signo político en cada país, hubo continuidad, lo que permitió consolidar la Alianza del Pacífico como una política de Estado. Sin embargo, la crisis actual pone al bloque en la congeladora. La parálisis a nivel gubernamental ha ocasionado que los grupos de trabajo encargados de implementar los acuerdos de armonización regulatoria no estén sesionando con la adecuada frecuencia. Además, está pendiente la puesta en marcha del tratado de libre comercio suscrito con Singapur en 2022, así como culminar con la incorporación de Ecuador y Costa Rica a la alianza, cuyo proceso de adhesión está prácticamente listo. Algo similar ocurre con los candidatos a convertirse en miembros asociados, incluyendo economías como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Corea del Sur.
El Gobierno peruano debe persistir en blindar al bloque de los burdos intentos por debilitarlo, y denunciar la demagogia de sus vecinos. En los últimos treinta años, nuestras exportaciones se han multiplicado doce veces gracias a una exitosa estrategia de inserción internacional. A los 29 acuerdos de libre comercio suscritos por el Perú con sus principales socios comerciales, se suma el impulso dado a la Alianza del Pacífico desde su entrada en vigor hace doce años.
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Más allá de la magnitud del intercambio comercial, el bloque tiene el potencial de fomentar más agresivamente la generación de cadenas de valor donde la especialización en las diferentes etapas de producción promueve la eficiencia, la competitividad y el desarrollo conjunto. Un ejemplo concreto es la industria automotriz, del que el Perú y México claramente se benefician. Los países de la región debieran tener presente que las cadenas de valor que prevalecen en el mundo han permitido un mayor dinamismo económico, al beneficiarse de menores costos de producción y de una mayor calidad, desarrollo tecnológico e innovación.
La presidencia peruana del Foro APEC el próximo año, por tercera vez en la historia, es una excelente oportunidad para evitar que se descarrilen estos esfuerzos y dar la pelea en contra del nacionalismo, populismo y proteccionismo que, lamentablemente, prevalecen en la región (y fuera de ella).
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.