Congresista
No se si Julio—así, a secas, como lo llamamos sus amigos—alguna vez leyó la frase del escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez, que inquirido sobre lo que significaba o implicaba el (buen) periodismo, respondió con lo que parecía una letanía: “preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: verbos capitales del (buen) periodismo”. No se si lo leyó alguna vez, pero como pueden dar fe sus muchos colegas y ex colegas del diario Gestión, adonde llegó en 1992 como analista hasta encumbrarse como director periodístico hace apenas siete años, vaya si la letanía resume casi de manera exacta su filosofía periodística.
Y es que Julio entendió—mucho antes que muchos-que el secreto del buen periodismo económico, del cual se volvió un referente, radica no sólo en la exactitud del dato, o en la rapidez con la que éste es dado a conocer, sino sobretodo en su contextualización y análisis. No digo esto por haber compartido oficina o piso de redacción con Julio. Jamás tuve esa suerte. Lo digo producto de nuestras conversaciones en la cafetería San Antonio, una vez cada cierto tiempo, donde además de tomar café, discutíamos temas económicos precisamente en esos términos: dudando, contextualizando, analizando.
Durante mucho tiempo, cada vez que nos veíamos para un café—que en mi caso resultaba siempre en un desayuno completo y en su caso, no pasaba nunca de un café--nos ganaba la coyuntura. Pero durante los últimos años—casi como si hubiéramos hecho un pacto—siempre terminábamos hablando del futuro. A Julio le entusiasmó desde un principio mi idea loca de crear un Instituto del Futuro (IDF).
Y es que a Julio le preocupaba mucho el futuro del Perú. Había sido testigo de excepción—con silla plegable en primera fila—de la transformación económica de los últimos 30 años, y durante los últimos años fue testigo de cómo lenta, pero sostenidamente, los peruanos poníamos en riesgo todo lo avanzado como consecuencia, principalmente, de una descomposición de la clase política y de cierta miopía de la clase empresarial.
No constituye ninguna infidencia decir que el presente régimen del presidente Castillo le producía particular preocupación. Con toda la sapiencia de su buena formación como economista sanmarquino, y su larga experiencia como observador de la realidad económica nacional e internacional, veía con ojo avizor lo que el futuro inmediato nos puede traer si el gobierno del presidente Castillo continúa por el sendero de la improvisación, el descrédito y la corrupción. Eso le causaba angustia y hasta indignación.
Me apena que se haya ido sin ver un cambio de rumbo y tal vez con un sentimiento de profunda preocupación por el futuro del país al que tanto amaba. Porque—si bien Julio será recordado como un excelente periodista económico—yo lo recordaré siempre como el hombre bueno, sencillo, de hablar pausado, con el que de tanto en tanto me sentaba a tomar café y a hablar de economía. Descansa en paz, Julio. El Perú saldrá de este hoyo.