Director Gerente de Phase Consultores
Los recientemente publicados datos de la economía al 3T21 nos revelan que la producción acumulada en los últimos cuatro trimestres ha regresado ya a un nivel similar al alcanzado en el 2019. Sin embargo, esto dista de decir que ya se diluyeron los efectos negativos del covid-19, pues en términos per cápita la producción es todavía menor que la que había antes de que se iniciara la pandemia. Y, además, la brecha de producto (diferencia entre la producción observada y la potencial, siendo esta última la alcanzable sin que quede capital sin utilizar ni personas dispuestas a trabajar que no consiguen empleo) persiste y el BCR estima que la misma se mantendrá por lo menos hasta el segundo semestre del próximo año. Todo esto sin hablar del empleo.
Pero como el Gobierno destaca que ya se han recuperado los niveles precrisis, vale la pena descomponer el total. Frente al 2019, el consumo privado es apenas 0.9% superior, lo que significa que en promedio por habitante este indicador ha decrecido 1.6%. Sin embargo, el consumo público supera su nivel del 2019 en 20%, guiado sobre todo por los programas de entrega de bonos implementados por los gobiernos en funciones desde marzo del año pasado. (Dicho esto, es destacable la resiliencia de nuestra economía, pues el 2020, en plena crisis sanitaria, sufrió adicionalmente una severa crisis política).
Tanto la inversión privada como la inversión pública se encuentran a un nivel real alrededor de 13.5% superior al que registraron en el 2019. Sin embargo, el componente minero de la inversión ha caído coincidentemente a la misma tasa. Esto es particularmente relevante porque la producción minera es 6% inferior a la del 2019 y las exportaciones reales (que incluyen servicios) se ubican casi 12% por debajo de las que se habían alcanzado ese año. Así, mientras ha caído el valor real de las exportaciones, la producción perdida por esta fuente se ha compensado prácticamente a partes iguales por expansiones de las demandas privada y pública; como esta última representa alrededor de la quinta parte de la primera, quedan ilustradas las diferentes velocidades a las que ambas están creciendo: la pública a un ritmo promedio de 10% anual, la privada a 2.1%.
En términos nominales, manteniendo todo lo demás constante, no haber recuperado el volumen de producción minera del 2019 significa no haber concretado casi US$ 2,300 millones de exportaciones adicionales, con los consiguientes efectos favorables que ello hubiera tenido sobre nuestra economía. Otro aspecto destacable es el incremento en la participación del sector público: de 16.2% a 18.2% del PBI. Además, esta ha ido de la mano de una ligeramente mayor participación de su componente de consumo: de 71.6% a 72.5%. Esto grafica que la recuperación depende crucialmente del gasto del sector público.
En los siguientes meses, es posible que la economía siga creciendo (no es un rebote. Si lo fuera, apenas alcanzaría -y no superaría- el nivel previo a la crisis). Sin embargo, por temas que van desde lo casi anecdótico (cinco nuevos feriados declarados para el sector público en el último trimestre, tres de ellos en diciembre, que restarían 0.25% al PBI del año) a señales negativas para la producción (suspensión de actividades en Antamina en los primeros 12 días de noviembre, que afectarían la producción nacional del mes en 0.8%) y la inversión privada (anuncios de la primera ministra sobre el cierre de unidades mineras en Ayacucho que han sido rechazados por los inversionistas), el panorama para el crecimiento del 2022 se percibe cargado de riesgos. Y eso sin contar los del sector externo.