PAD, Universidad de Piura
La Economía es la ciencia social que estudia la producción, distribución y consumo de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas. Se dan tres agentes clásicos: la familia, la empresa y el Estado, y cada uno con sus propias funciones: consumo, producción y regulación, respectivamente. Este es el orden natural de las cosas; cuando se invierte o cambia, salvo de manera excepcional, breve y debidamente justificada, se cae irremediablemente en ineficacia y corrupción.
El objeto final de la economía es el bienestar de los ciudadanos, no de unos en perjuicio de otros. Se requiere armonía entre arte, oficio y ciencia. No habrá buen gobernante, ya sea de la cosa pública, como de la privada, si no se cuenta con estas cualidades: las buenas intenciones o las peroratas, devienen en esquemas populistas, engaños y desilusiones. Buena (¡y triste!) experiencia tenemos.
Pero la economía debe buscar la creación de riqueza no solo en términos cuantitativos, sino cualitativos: la pura acumulación no es una condición suficiente para la realización de la auténtica felicidad humana.
Hay quienes reclaman un cambio en el “modelo económico”: son palpables las desigualdades, injusticias, malos tratos y desprecios. Esas graves falencias no dejarán de existir por el mero cambio de modelo; al contrario, me atrevo a asegurar que se incrementarán en el mediano plazo.
Veamos los causantes de buena parte de esos vicios. En primer lugar, el mercantilismo. Pero no en el sentido clásico, entendido como el enriquecimiento por acumulación de metales preciosos, propio de los siglos XVI a XVIII. El mercantilismo actual es el de las empresas que buscan enriquecerse no por propios méritos, sino gracias a su vinculación con el poder. No actúan dentro de las normas del libre mercado, sino abusando de ellas. Por eso, al igual que sus directivos, son doblemente dañinas: son promotoras de corrupción, parásitos de la libre empresa.
Otra forma similar, es el llamado ‘crony capitalism’ o clientelismo: una supuesta economía capitalista, en la que se buscan tratos de excepción (proteccionismo, exoneraciones, prebendas y favoritismos) para lograr situaciones de privilegio, incluso con la idea de corregir deficiencias del mercado.
Dañan, también, a la economía de mercado el afán desmedido de riqueza, el maltrato, abusos y discriminaciones, que avasallan la dignidad humana, utilizando al ser humano como peldaño para ascensos o mejoras. Todas estas son parodias de capitalismo, que impiden practicar la necesaria solidaridad.
Decía san Juan Pablo II: «Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’ o simplemente de ‘economía libre’. Pero si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa».
Tampoco al Estado le corresponde subsanar estas circunstancias, que debe guiarse por el principio de subsidiariedad y fomentar situaciones para la iniciativa y libertad económicas.
El verdadero enemigo de la empresa privada está dentro de ella, actúa abusando de la economía de mercado. Por eso, es urgente corregir esos gérmenes, tarea que compete a los empresarios y, de manera particular, a sus gremios. Actuar en otra línea, agravará los problemas.