PAD, Universidad de Piura
Esta frase la escuchó el príncipe Hamlet de Dinamarca de su centinela, dando a entender que no iban bien las cosas por causa de la corrupción. ¿Y por aquí? ¿Algo huele mal en estos lares? ¿Solo algo?
La corrupción está tan generalizada que nos referimos a ella casi como si fuera un tópico; todos hablamos de combatirla, pero pocos decididos a hacerlo de manera eficaz; se ha convertido en un estandarte, y parece conveniente mantenerlo: queda bien. Mucho blablablá y nada de acciones concretas.
Decía el papa Francisco, “la política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. Lamentablemente, muchos entran a la política para medrar: para aumentar sus bienes con abuso, con artimañas, aprovechándose precisamente del poder logrado. Triste actitud. Su lema, si desean hacer carrera, es que “hay que hacer lo políticamente correcto”; es decir, no hablar claro, escamotear la verdad si esta puede comprometernos, no pisar callos, no comprarse los problemas.
Quienes tienen esa actitud son la semilla o la médula de la corrupción, parásitos sociales, que instrumentalizan a las personas como peldaños para su ascenso.
Ahora, que en poco tiempo más entrarán y se renovarán (con o sin necesidad) muchos cuadros en la administración pública, es oportuno recordar lo que significa ser un funcionario público.
Es un servidor público cuya misión es servir a los ciudadanos en el ejercicio de su trabajo. Servir es atender, es dar respuestas, contribuir a resolver problemas, no esconderse como el avestruz… Servir es informar bien, de manera completa, sin engañar, a tiempo. Es buscar la verdad, no la comodidad, sabiendo que no se puede servir a dos señores… Un buen servidor tampoco duda o desconfía de los ciudadanos… o les pone trabas con intolerancia cerril…
Si no es un servidor, entonces no sirve y, si no sirve, no es útil: es un inútil social; eso sí, revestido de honores y pompas, que en algún momento se las arrebatarán y quedará en su miseria.
El peor enemigo del funcionario público o del político es la cohorte de aduladores. Así como se dice que “billetera mata galán”, podríamos decir que la soberbia y la adulación idiotizan al político… ¡Triste negocio!
¿Será que tendremos que imitar a Diógenes, que recorría Atenas con una lámpara buscando hombres honestos… y encargarles la cosa pública?
Qué oportunas son estas palabras de Francisco en Evangelii Gaudium: “El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido… Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”.
Hemos de ser optimistas, pero al mismo tiempo debemos estar atentos para denunciar con valentía cualquier tipo de corrupción: ¡fuera lo políticamente correcto! La acción política debe contribuir a sanar las heridas sociales, no a profundizarlas; debe unir, no enfrentar; debe buscar el bien común, no el propio.
Este bicentenario reclama unidad, sí, pero para eso hace falta madurez, verdad, servicio.