Vice – Presidente Ejecutivo de Inversiones, Rimac Seguros.
El último fin de semana se hizo pública la estimación de la tasa de crecimiento de nuestra economía hasta julio de este año. Tal y como lo veníamos anticipando en esta columna, el decrecimiento de 1.29% observado se suma a los decrecimientos registrados observados en los dos primeros trimestres del año y hace más difícil creer que en 2023 el Perú pueda registrar algún crecimiento.
Este magro resultado es explicado por una combinación de factores. Coyunturalmente, la economía peruana experimenta hasta tres shocks simultáneos: (1) un Fenómeno del Niño Moderado/Fuerte en proceso de desarrollo; (2) una desaceleración global y (3) una crisis interna de confianza que se refleja en muy bajos niveles de confianza del consumidor y una disminución sustancial en el flujo de inversión privada.
Estructuralmente, sin embargo, estos shocks temporales impactan a una economía que desde hace ya casi dos décadas viene experimentando una lenta, pero persistente, disminución en su capacidad de crecer. A mediados de la primera década de este siglo, la tasa de crecimiento esperada en el largo plazo para nuestra economía fluctuaba por encima de 5% al año y nos posicionaba como uno de los países con más alto potencial de crecimiento en el mundo.
La tasa de crecimiento esperada en el largo plazo, o tasa anual de crecimiento potencial, es el resultado de la combinación de: (1) el crecimiento de la fuerza laboral; (2) el crecimiento del acervo de capital existente; (3) las mejoras en la calidad del trabajo resultantes, fundamentalmente, del progreso en la educación y en la salud de la población y (4) la mejora o deterioro en el entorno institucional para hacer negocios (productividad total de los factores). Hoy en día, nuestra tasa de crecimiento potencial se estima entre 2.5% y 3% al año. Con esa tasa de crecimiento esperada en el largo plazo, nos ubicamos a media tabla dentro de nuestra región, América Latina, que es la región emergente que ha experimentado el crecimiento más bajo a lo largo de las últimas 4 décadas. De hecho, en ese período de tiempo, nuestra región solamente ha superado a la madurísima Unión Europea.
Las razones para este consistente deterioro son múltiples. Tanto por el lado del crecimiento del stock de capital como de la calidad del trabajo, las adiciones al potencial de crecimiento derivadas de la inversión se han hecho cada vez menores. En el periodo 2007/2011, la inversión en capital físico generó 4.8% de crecimiento anual en promedio; en 2021/2023, 1.6%. La inversión en salud y educación para la fuerza laboral sumó 0.8% de crecimiento en 2007/2011 pero solamente 0.2% en 2021/2023.
El caso más alarmante es el impacto del entorno para hacer negocios sobre el crecimiento. Este último, medido por medio del índice de productividad total de los factores ha restado a nuestro crecimiento siempre desde 2007. En 2007/2011 restó 0.1% al crecimiento anual. En 2021/2023, restó 1.1%. Para poner este último número en perspectiva, el deterioro en el ambiente para hacer negocios restó, durante los últimos dos años, casi el 100% del impacto favorable que tuvieron los grandes proyectos mineros que entraron en operación. Como resultado, hoy nos encontramos rezagados en términos de cualquier indicador de desarrollo institucional con respecto a economías más pujantes como Vietnam, Indonesia o Malasia e, incluso, a México.
Con esto, en términos de crecimiento esperado, nuestra economía cae por debajo de las economías emergentes de Asia y África e, incluso, por debajo de los países desarrollados más dinámicos. Es justamente el potencial de crecimiento de una economía lo que la diferencia y alienta o desalienta la inversión local o extranjera.