Vicepresidente ejecutivo de Inversiones, Rimac Seguros
La intensificación de las fricciones en Medio Oriente se suma a las múltiples fuerzas que se conjugan este año para configurar perspectivas muy inciertas para 2024. Antes, las expectativas de crecimiento para la economía global se encontraban ya reducidas como consecuencia de la elevación de las tasas de interés para contener la inflación, de la desaceleración estructural de China como consecuencia de cambios demográficos y de la necesidad de reducir el endeudamiento en el sector privado, de la relativa certeza de que enfrentaremos un Fenómeno del Niño Global moderado o fuerte y del aislamiento que se acentúa entre las principales potencias económicas.
La tendencia hacia una mayor integración global que prevaleció hasta 2008 no solamente se ha revertido. A lo largo de los últimos 15 años, la desintegración se ha acelerado. El impacto directo de esta disminución en el grado de integración es una reducción en la tasa esperada de crecimiento de la economía global. De hecho, entre 2000 y 2008, esta última creció, en promedio, 4.2% al año; mientras que el ritmo anual en la década previa a la pandemia fue de 3.3%. Para la próxima década se espera un entorno de crecimiento del PBI mundial incluso más modesto, alrededor del 2.5%, según las últimas proyecciones de The Conference Board.
Con dichos niveles de crecimiento, las posibilidades de reducir la pobreza son menores y la posibilidad de alcanzar con éxito los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, suscritos por 193 países en las Naciones Unidas en 2015, se hace más remota. De hecho, a la fecha se ha alcanzado solamente el 15% de avance en la consecución de dichos objetivos y la probabilidad de que, con las condiciones antes descritas, este avance se acelere de ahora en adelante es muy baja.
Con esto, los grupos en situación de vulnerabilidad siguen creciendo. Estas poblaciones se concentran en las regiones más pobres y cuentan con menos recursos para enfrentar los cambios que se están produciendo en el clima, en la estructura demográfica debido al envejecimiento gradual de la población y al impacto sobre la demanda de trabajo de las nuevas tecnologías. El aislamiento gradual de las naciones entre sí reduce el intercambio de conocimiento y de tecnología y tiende a perpetuar las diferencias en los niveles de desarrollo. Esto, a su vez, a la larga se traduce en mayores niveles de conflictividad global.
Este entorno de menor crecimiento y concentración del desarrollo atenta contra el proceso de convergencia del ingreso en las economías emergentes hacia el de las naciones más desarrolladas. Justo en un momento en el que estas últimas deben concentrarse en resolver sus propios problemas de alto endeudamiento gubernamental. El reto de los países emergentes para potenciar el crecimiento y sostener la paz social será considerable.