Director del MBA de ESAN Graduate School of Business
La cultura de emprendimiento dentro de la economía de un país es sinónimo de desarrollo. Significa generar empleo, explotar nichos de mercado, crear industrias e identificar oportunidades a través de nuevos productos y servicios. Sin embargo, la realidad peruana, con una alta tasa de informalidad (más del 70% de la actividad económica) y donde muchas veces el desempleo es la motivación para crear un negocio, resulta un entorno complejo para cumplir el objetivo de todo emprendimiento: crear empresas autosostenibles.
De acuerdo al estudio “Emprendedores en tiempo de inflación”, aplicado a 28 países y realizado por Ipsos Global Advisors en junio del 2022, en el Perú, el 54% de los encuestados indicó haber iniciado su propio negocio. Asimismo, la investigación halló que solo el 20% de los encuestados cree que los beneficios laborales en el Perú son buenos, por lo que un emprendimiento se vuelve una opción más atractiva.
El hecho de que haya muchos emprendedores que, al estar descontentos con sus funciones de subordinado en una compañía (y los beneficios que recibe por ello), se embarque en un proyecto de este tipo, no es del todo bueno. Ello, debido a que suelen carecer de los conocimientos técnicos necesarios para aterrizar la idea de negocio y, con ello, tener mejores herramientas para hacerlo crecer en el tiempo. Se trata de emprendimiento de sobrevivencia.
Sin embargo, no solo es necesario un sólido conocimiento académico de parte del emprendedor para sacar adelante su negocio, sino que también el Estado debe cumplir su rol regulador y generar una estructura normativa que sea un impulso para los mismos. Y aquí aparece otra barrera: la burocracia. Lamentablemente, en nuestro país, el proceso de formalización se vuelve un dolor de cabeza para los emprendedores, al generarles sobrecostos y demoras. Esto hace que muchos decidan saltar este paso y optar por el camino —limitado — de la informalidad.
Si bien trabajar de manera informal tiene algunos “beneficios” en el corto plazo, como ingresar a operar en el mercado rápidamente, no permite a la empresa tener una estructura administrativa, ni acceder al sistema financiero. Asimismo, le impide contratar con el Estado u otras compañías, lo cual “les pone la soga al cuello” desde un inicio.
Una representación perfecta de la informalidad sería una espada de dos filos: ataca por el lado tributario al Gobierno, ya que no paga impuestos y ;por el otro, al emprendedor, por la falta de acceso al financiamiento. Por ello, es necesario que se brinde desde el Estado las condiciones necesarias para crear un ecosistema saludable para los emprendimientos. Y con esto me refiero principalmente a la reducción y simplificación de los trámites de formalización, así como a brindar una fuente de financiamiento para que los emprendimientos puedan acceder a un capital semilla y así ampliar el negocio a una escala mayor.
En ese sentido, una variable adicional es la falta de colaboración entre el Gobierno y la academia para educar a los emprendedores en herramientas de administración, ventas, mercadeo, entre otros. Sin embargo, eso será objeto de un segundo análisis sobre esta materia.
Y si a oportunidades se refiere, en el Perú existen sectores con gran potencial. Algunos ya conocidos como el turístico y el gastronómico, que siguen siendo muy rentables. Y otros con gran proyección como el artesanal, agroindustrial o forestal por mencionar algunos.
Para terminar, quisiera recalcar que, sin una debida gestión de la informalidad, el desempleo y la falta de conocimiento sobre emprendimientos, nuestro país nunca será un lugar propicio para el desarrollo de startups, negocios innovadores o iniciativas disruptivas. Ello, sumado a la necesidad de contar con políticas que protejan y faciliten la formalización de estas pequeñas empresas. Solo así podrán aspirar a ser grandes en el futuro.
¡Por un Perú emprendedor!
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.