CEO de Antamina
Nuestro país cuenta a la fecha con una población joven, lo que se conoce en el mundo como un “bono demográfico”; es decir, tenemos el recurso principal para el desarrollo de un país, que es, a través de la energía e inventiva de su juventud. A este atributo fundamental debemos añadir otros atributos físicos singulares: una geografía con una franja costera amplia, que nos facilita el acceso a las principales economías del mundo (Estados Unidos y China); un mar territorial con agua frías que explica nuestra diversidad ictiológica; una formación geológica que permitió la génesis de yacimientos minerales de cobre, zinc, plomo, estaño, plata y oro; y una región amazónica con abundantes recursos hídricos y combustibles fósiles.
Podemos añadir a lo anterior, que el manejo responsable de nuestra economía en los últimos 30 años nos ha permitido alcanzar una robustez económica destacable, porque en comparación a otros países de la región, sólo Perú junto con México, Colombia y Chile mantienen la calificación crediticia de grado de inversión y nuestra deuda neta versus dimensión económica (PBI), es la menor en toda la región.
Sin embargo, también debemos señalar con claridad que el crecimiento económico de los últimos 30 años ha tenido imperfecciones; la pandemia, por ejemplo, hizo más que evidente la disparidad en el acceso a servicios sanitarios de calidad; los servicios de educación pública, luego de dos años de inactividad por la pandemia, todavía enfrentan un desafío significativo en términos de cobertura y calidad; nuestro anhelo de ser miembros de la OECD no se condice con la tasa de informalidad actual, que alcanza a más del 70% de nuestra PEA; nuestra infraestructura pública, factor clave para incrementar la competitividad del país, mantienen aún una brecha del orden de los US$ 100,000 millones; y finalmente nuestra institucionalidad pública, imprescindible para la estabilidad política-jurídica y para la administración eficaz y eficiente de los fondos públicos, muestra hoy en día, una brecha de madurez ostensible.
Esta aparente paradoja en el devenir económico de nuestro país permite que, desde diferente óptica, algunos vean un “vaso medio vacío”; y explicaría por qué sostienen que la solución pasaría por una mayor intervención estatal, por una planificación centralizada, o por la participación del Estado en actividades económicas “estratégicas”.
Sin embargo, si seguimos un análisis cuantitativo riguroso, podremos apreciar que somos parte de una economía global; y en términos poblacionales, nuestro país cuenta con sólo 33 millones de habitantes, es decir, menos del 0.5% de la población global; en términos económicos, el PBI peruano es menor al 0.3 % del PBI global; y los niveles de inversión requeridos para lograr que nuestro PBI per cápita se acerque a los principales países miembros del OECD, solo se alcanzarían a través de una economía abierta, es decir, promoviendo la inversión privada nacional y fundamentalmente extranjera, con reglas de mercado competitivas, con un foco exportador y, sin duda; con un Estado moderno y maduro.
En suma, atendiendo al sentido de urgencia, si podemos lograr un crecimiento sostenible que reduzca significativamente las enormes brechas desigualdad que aquejan a nuestro país. Para eso necesitamos un capitalismo que llamamos consciente; uno alejado del mercantilismo y de la búsqueda de “prebendas” anti competencia; un capitalismo que se basa en altos estándares de transparencia de la información y que es contrario a toda forma de corrupción. Un capitalismo que, atendiendo al sentido de realidad, reconoce que la iniciativa privada no es sinónimo de individualismo o del imperio de la “ley de la selva”; porque apuesta por la colaboración público - privada en muchos desafíos nacionales.
Un sistema capitalista que reconoce que la libre empresa tiene una interdependencia absoluta con todos sus “stakeholders”, incluida la sociedad y el planeta, y que busca que cada negocio - independientemente de su sector, industria, dimensión, ubicación o forma societaria – tenga un propósito elevado y alineado con los imperativos sociales, ambientales y humanos de nuestro país. Un capitalismo que deja atrás la mala costumbre del “green washing”o “purpose washing” y que pasa a actuar en forma genuina colocando al ser humano y su ecosistema en el centro de los modelos de negocios y estrategias empresariales. Un sistema capitalista en el cual los líderes de negocios son conscientes de que antes que empresarios son ciudadanos y, en consecuencia, asumen su responsabilidad de sentar posición sobre los imperativos nacionales, proponiendo políticas públicas para resolver los problemas más importantes y urgentes del país; es decir, un liderazgo empresarial consciente de su legado ante los millones de jóvenes peruanos que tomarán las riendas del país en el futuro cercano.