Periodista
Ha pasado ya un mes desde que Dina Boluarte asumió la Presidencia de la República, y hasta la fecha no ha podido decirle al país qué podemos o qué debemos esperar de su corta gestión.
No nos ha “vendido” alguna visión, no ha hecho alguna “promesa”, ni nos ha contado cuál es su “sueño”. No sabemos en concreto cuál es su agenda, en qué dirección va su gobierno, o hacía adonde se dirige.
Decir generalidades, como que se va a trabajar en la salud y la educación no es plantear una agenda realista en este momento, ni para un gobierno de transición que va a tener que dejar el poder en un poco más de un año.
Tampoco ha podido establecer una “conexión” o algún tipo de identificación con algún sector de la población o con alguna región del país. Ni siquiera con sus coterráneos de Apurímac. Parece un gobierno distante, frío, sin carisma, sin sensibilidad ni empatía.
Hasta el momento, Dina Boluarte no lidera, no guía, no dirige, solo ejerce un cargo.
Es notorio que quien lleva la carga de la gestión –y quien marca o va rectificando el rumbo día a día– es el Primer Ministro, un abogado articulado, y con experiencia política y pública, pero que no tiene la capacidad de llenar el vacío que deja la Presidente, y que las circunstancias exigen.
Tener un gabinete técnico, de mando medio promovido al más alto nivel político, tampoco ha sido una buena solución o de gran ayuda en esta coyuntura. Una simple observación nos demuestra que el peso de la parte política la llevan el Premier y el ministro de Defensa, con experiencia en otros gabinetes. Claro, es lógico en medio de protestas y bloqueos. Pero precisamente es un momento en el que se requiere de la actividad febril e inteligente de los demás sectores para tratar de manejar la agenda.
Se ha señalado que Dina Boluarte no define un rumbo claro porque trata de quedar bien con todos, y busca darles gusto a todos. Pero quizás el problema es otro: un conflicto entre lo que ella realmente piensa y quiere, y lo que está obligada a hacer o la empujan a hacer para poder mantenerse en el cargo.
Dina Boluarte siempre se manifestó como una firme creyente e impulsora de un referéndum para convocar a una Asamblea Constituyente; de cambiar la Constitución; de la nacionalización de los recursos naturales; y de muchos otros temas –varios radicales– en los que coincidía plenamente con sus ex compañeros de campaña electoral, y luego, en el gabinete. Y por eso, ya como vicepresidente y ministra, siguió defendiendo esos postulados. Eso no puede haber cambiado de la noche a la mañana. Y quizás por eso en una entrevista reciente le salió del alma lo del referéndum y la Asamblea Constituyente, provocando la posterior explicación y rectificación del Premier; o, le dedica palabras respetuosas a Pedro Castillo, a quien sigue llamando Presidente.
Hoy se enfrenta a una realidad que la obliga a postergar o guardar sus convicciones para poder tener una base de apoyo –aunque muy débil y precaria– que le permita mantener la Presidencia. Algo así como “mis convicciones por el sillón presidencial”. El problema para ella es que la base política que la eligió con Pedro Castillo percibe que se fue al otro extremo y se hecho a los brazos del enemigo.
Quizás sea ese conflicto el que la lleve a dudar o abstenerse en sus decisiones, o a trastabillar y salirse por la tangente en sus entrevistas, sin dar respuestas claras y contundentes.
Quizás por eso el gobierno es débil en su trabajo de política exterior, y se demora en mostrar actitudes firmes y proactivas en las relaciones exteriores. ¿Fue una buena idea enviar al Premier –acusado de ser el artífice de la represión– a Brasil para tratar de apaciguar los ánimos?
Ese conflicto es el que impide que muchos sectores confíen en ella. La derecha no confía en ella por su origen político y sus firmes convicciones políticas; y la izquierda y los sectores radicales no confían en ella y la perciben como traidora, por su actual actitud, posición y punto de apoyo. Ha perdido su verdadera base política, y la base política que la cobija hoy, no confía en ella.
No tener bancada es un problema. Pero no es el problema. Si ella toma un rumbo claro, y deslinda del otro, sinceramente, y traza un rumbo también claro con una meta concreta y realista, va a lograr apoyo político y popular de un sector u otro, y con eso puede avanzar. Pero lo que no puede es apoyarse en la derecha para mantenerse en el cargo, y seguir pensando y soñando en sus postulados de izquierda para tratar de ser fiel a su corazón.