Vicepresidente Ejecutivo de Inversiones Rimac Seguros
Durante las últimas dos décadas, la economía global creció a razón de 3.8% al año. Dado que la población mundial creció a una tasa de 1.2%, el ingreso per cápita, una medida gruesa de bienestar, se incrementó en 2.3% anual o 58% acumulado en esos 20 años. De acuerdo con el Banco Mundial, el porcentaje de la población global que vivía en situación de pobreza se redujo desde 28% a 8.6% como resultado.
La distribución geográfica de los resultados obtenidos en la lucha contra la pobreza sugiere que la estabilidad macroeconómica y el rápido crecimiento constituyen elementos claves en este propósito. Por ejemplo, según el Banco Mundial las regiones más exitosas fueron el Asia del Sur, el Asia del Este y el África Subsahariana. A saber, la población en estado de pobreza en estas tres regiones se redujo entre 1990 y 2018, de 60.9% a 0.9%, de 49.9% a 15.3% y de 55.1% a 38.3%, respectivamente.
En contraste con ese éxito, el Medio Oriente, África del Norte y América Latina y el Caribe redujeron sus niveles de pobreza; pero a mucha menor velocidad. Producto de los numerosos conflictos armados que se produjeron en esa región, en el Medio Oriente y África del Norte los niveles de pobreza aumentaron a partir del 2013, sumando casi 5 pp hacia el 2018.
Lamentablemente una serie de sucesos recientes estarían contribuyendo a detener, e incluso revertir la tendencia global a reducir la pobreza. De hecho, el mismo Banco Mundial estima que, durante el 2022 entre 75 y 95 millones de personas podrían caer de nuevo en situación de pobreza. Este retroceso sería consecuencia de una reducción en la tasa de crecimiento económico del 3.5% registrado en 2015-2019 al 3.1% esperado para 2022-2026 y de reducciones en la capacidad adquisitiva de la población debido a un aumento en la inflación de 3.3% a 4.5%.
Las causas que explican este potencial retroceso son múltiples, pero las más importantes son: la pandemia del COVID, el escalamiento de las confrontaciones militares, el cambio climático y el populismo, la polarización y la creciente incapacidad de las naciones de construir consensos. Solamente el cambio climático podría elevar el número de personas empujadas a la pobreza en la próxima década en 100 millones.
En total, son casi 200 millones de personas las que podrían caer nuevamente en la pobreza en la próxima década. Más graves, sin embargo, serían los efectos indirectos y de muy largo plazo que estos sucesos tendrían sobre la cantidad y la calidad de oportunidades que puede encontrar la población. La inestabilidad y la incertidumbre redundan en un menor crecimiento en los salarios y en las utilidades de las empresas. Ese menor crecimiento, combinado con tasas de inflación más altas, reduce la capacidad adquisitiva y las posibilidades para ahorrar e invertir.
Esos efectos de muy largo plazo tienden a trasladarse de una generación a otra perpetuando el impacto de la inestabilidad macroeconómica sobre el bienestar y son muy difíciles de medir. Por ejemplo, las deudas contraídas hoy para enfrentar las consecuencias de la pandemia, la guerra y el calentamiento global deberán ser pagadas por generaciones venideras a través de mayores impuestos. La necesidad de gastar los ahorros para hacer frente a las condiciones actuales o para cumplir promesas populistas mal calculadas, derivará en menores pensiones para una población que envejece y mayores cargas sociales para los más jóvenes en el futuro.
Peor aún, estos efectos se distribuyen de manera muy desigual, reducen la movilidad social y la posibilidad de integración entre las naciones. En general, las naciones y las personas menos endeudadas y que disponen de mayor cantidad de activos están mejor protegidas. Como resultado, el impacto desigual de la inestabilidad macroeconómica tiende a perpetuar las diferencias de ingresos y de oportunidad existentes.