Expresidente del Consejo Directivo de Capeco
Hace unos días, dejaron de ser noticia las caídas de ministros y las primeras planas fueron ocupadas por un zorrito andino que había sido capturado por alguien y vendido como si fuera un perro de raza siberiana. Así se hizo famoso el zorrito Runrún. Sin embargo, nadie se preguntó porqué ello sucede todos los días en el Perú.
El zorrito Runrún ha compartido el protagonismo con el término reforma. Hemos visto desfilar a la Reforma Tributaria, que intenta realizar el Ejecutivo si el Congreso le delega facultades; la Segunda Reforma Agraria, que ha quedado solo en anuncios; la Reforma del Transporte, que comienza a desmoronarse con el entusiasta liderazgo del propio MTC y con la complicidad del Congreso; la Reforma Universitaria, que se va cayendo por la presión que existe en el Congreso para relajar sus estándares; la Reforma Educativa, de la que no quedará nada luego de que el sindicato magisterial aupado en Palacio de Gobierno no solo se niegue a las evaluaciones de profesores, sino además a volver a clases presenciales. Todas estas reformas tienen un hilo común con el caso del zorrito Runrún: el empleo.
El mayor problema del Perú es la falta de empleo productivo, además de formal. Millones de peruanos se refugian en actividades de baja productividad para sobrevivir: mototaxistas, cobradores, dateros, cargadores de bultos, tramitadores, entre otros. Por otro lado, cientos de miles de jóvenes se inscriben en universidades, en muchos casos de mala calidad, con la esperanza de tener un título para trabajar como profesionales. Y en el campo, en las alturas, donde la tierra produce menos, por las heladas, por la falta de agua, por el tamaño de las parcelas, por la falta de tecnología, los campesinos viven en estado de supervivencia.
Aún cuando el país ha crecido sostenidamente en los últimos 30 años, no se ha logrado generar empleos suficientes ni adecuadamente remunerados. La cantidad de empleos depende de la actividad económica, de su variedad, de la promoción de distintos sectores capaces de generar masivamente posiciones laborales productivas, como el turismo, la construcción, la agroindustria, los servicios, entre otras. La remuneración depende de la productividad y de la capacidad de negociación de los trabajadores cuando están organizados.
Lejos de promover actividades económicas que generen empleos productivos y de fortalecer a las organizaciones sindicales y las negociaciones colectivas, las distintas instancias de gobierno de los últimos 20 años, se han dedicado a hacer cada vez más compleja la contratación formal, de modo que hoy el Perú tiene uno de los regímenes laborales mas rígidos del mundo. El resultado de esto es el incremento de la informalidad laboral, que ya supera el 78%, y se reduce la afiliación de los trabajadores a los sindicatos que no supera el 1% del total de la PEA.
El Ministro de Economía ha anunciado una Reforma Tributaria, para que paguen más impuestos quienes más ganan. Pero en el sector formal quienes más ganan ya pagan tasas reales altas comparadas con las que se pagan en la región; según el BID, más del 90% del IR de personas en Perú lo paga el decil de mayores ingresos. Por otro lado, las cargas sociales y previsionales (Essalud, ONP, AFP) que capturan más del 20% de los salarios, reducen de manera importante los incentivos a la contratación formal y a la posibilidad de ampliar la base tributaria. Bien haría el gobierno en plantearse una reforma laboral en lugar de una tributaria, una más amplia que se oriente a resolver el mayor problema que tiene el país entre manos: la creación de empleo; una reforma que facilite actividades productivas diversas y la contratación de trabajadores. Si no generamos puestos de trabajo formales y productivos, muy pronto encontraremos millones de zorritos Runrún en el mercado ilegal.