Por: Carla Olivieri, Rectora de UCAL.

Pon tu mano en un horno caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica preciosa durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad.” Así lo dijo Einstein y refleja lo que se vive en muchos salones de colegios, institutos y universidades. También tiene que ver con la inclusión en la educación, que generalmente nos lleva a pensar que trata de adaptar infraestructura para que chicos con diferentes capacidades accedan a la educación. Pero, existe un segmento de chicos que ‘excluimos’ - o no sabemos cómo incluir de forma efectiva en clase - y es el segmento de chicos muy movidos, que etiquetamos como ‘hiperactivos’ o algunos se diagnostican con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Estamos hablando de alrededor del 11% de escolares y 8% de universitarios – que son diagnosticados con TDAH; falta sumarle los que no han sido diagnosticados.

Para muchos educadores estos alumnos son un problema: distraen a los demás y no siguen el ritmo ni las pautas de la clase. La solución: Calmarlos, ya sea mandándolos a terapia o, al neurólogo por si tiene TDAH para que con una pastillita queden quietecitos – y se transformen en “alumnos atentos y aplicados”.

Tres grandes temas me llaman la atención sobre la forma como abordamos la educación.

1) ¿Por qué se ha vuelto una práctica común el tratar de calmar o aquietar a los chicos si justamente el mundo donde se desenvolverán es hiperactivo? El mundo cambia a mil por hora, es dinámico, impredecible y necesita gente movida, curiosa, creativa – multitasker;

2) ¿Por qué seguimos premiando al alumno “aplicado”, cuando el aplicado es el que está acostumbrado a que le “enseñen” y aplicar bien la receta?

3) ¿Por qué un chico puede estar tranquilo horas frente a un juego y ese mismo chico en su clase no puede estar quieto?

Lo que sucede mayormente es que en clase simplemente se aburren. Punto. Nos pasa a los grandes también que cuando estamos en alguna reunión de trabajo aburrida agarramos el celular o conversamos con el del costado.

Muchos profesores pretendemos que el chico se adapte a nuestro estilo de enseñanza y si no lo logra, pues algo en él está mal. Debe ser todo lo contrario. Nosotros debemos adaptar nuestras metodologías a sus necesidades y estilos de aprendizaje. Somos del siglo 20, nuestros alumnos del siglo 21 y pretendemos enseñar con metodologías del siglo 18 ó 19.

Más aún cuando los estamos preparando hoy para enfrentar al graduarse un mundo que no tenemos idea cómo será.

Nuestro rol como educadores no es llenar al alumno de conocimientos que tienen a la orden de un clic.

Debemos dejar de pensar que necesitamos alumnos quietos, tranquilos, aplicados. Debemos emocionar al alumno, inquietarlo, incomodarlo y con esa emoción movilizar el conocimiento. Cambiar de un enfoque de “enseñar” a un enfoque de lograr que el chico “aprenda” y principalmente, que aprenda a aprender, disfrutándolo.

Requiere clases entretenidas. Clases en las que el alumno encuentra significado y reconoce el valor de aprender de por vida. Debemos diseñar nuestras clases centradas en el alumno; observándolo para conocer cómo aprende mejor: sentados, moviéndose, gráficamente, auditivamente. Un buen diseño incrementa la motivación en clase. Parte de la investigación de mi tesis doctoral lo confirma: 19% de alumnos de una clase tradicional declaran disfrutarla, vs. 60% de una clase con una metodología centrada en movilizar conocimiento con ellos. Asimismo, 19% de alumnos de la clase tradicional comentan estar enganchados con el curso mientras que en la clase que emociona, es el 78%.

Más que llenar a los chicos de conocimientos, estamos formándolos con las competencias que requiere la sociedad y nuestras metodologías, más que dormir a los chicos, los tienen que despertar motivando la pasión por el aprendizaje; formar eternos curiosos y así puedan permanecer competitivos a lo largo de los años.