TERRORISMO. La muerte del cabecilla terrorista Abimael Guzmán, el genocida más grande en la historia del país, debe servir para recordar todo el sufrimiento que ese grupo subversivo Sendero Luminoso (SL) le causó al Perú, pues no solo fue violento sino que su forma de asesinar resultó cruel, llena de barbarie y sevicia contra los más pobres. No se trata de mantener el odio sino de tener memoria. Según el informe de la Comisión de la Verdad (CVR), “la causa inmediata y fundamental del desencadenamiento del conflicto armado interno fue la decisión del PCP-SL de iniciar la ‘lucha armada’ contra el Estado peruano”, y los ataques de SL dejaron como saldo 69,280 personas muertas (79% en zonas rurales), 20,329 personas desaparecidas y miles de millones en pérdidas económicas. Si bien desde la captura de Guzmán el país pudo ir recuperándose de las pérdidas materiales, las vidas perdidas y las familias afectadas no se recuperan jamás.
Desde 1992, mucho ha cambiado el país en términos económicos y sociales, habiéndose dado mejoras innegables, aunque queden tareas por hacer. Pero el hecho de que el país no se desangre en ataques terroristas es ya un gran avance. Es cierto que aún persisten retos para que el crecimiento llegue a todos los peruanos y un Estado que no logra cumplir con sus obligaciones frente a la ciudadanía que en más de una ocasión se siente abandonada, pero nada, nada justifica la violencia, y mucho menos se debe fomentarla para fines políticos. En eso no se puede ser ambiguo. Las autoridades y los líderes políticos deben deslindar sin tapujos de esas prácticas, pues lo peor que podría pasar es que algunas personas justifiquen el accionar terrorista de Sendero Luminoso por las dificultades que enfrenta el país.
Es importante tener presente que la CVR señaló que no es posible admitir dentro de la vida política de un país a un movimiento político que, en el fondo, busca destruir la democracia, la pluralidad y a los otros partidos políticos, y justamente por ello al crearse el Movadef –de inspiración maoísta, senderista y que sigue líneas las líneas de SL– no fue aceptado, ni debe serlo, dentro de la vía política.
La muerte de Abimael Guzmán, quien le hizo daño al Perú a lo largo de varios años, no es el fin, todavía, de una era, pues quedan heridas abiertas. No olvidemos nunca y tengamos memoria para impedir que se permita nuevamente el surgimiento del terrorismo.