BBVA Research
Transcurridos más de 50 días desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, podemos hacer un repaso de lo ocurrido con los precios de las materias primas y ofrecer algunas hipótesis sobre su comportamiento futuro. Lo primero es reconocer que los mercados de las principales materias primas, incluso antes del conflicto, evidenciaban importantes distorsiones. Algunas, por decisiones de los productores, como en el caso del petróleo. Otras, impulsadas por políticas de reactivación y la recuperación cíclica en el post coronavirus, como los metales (para la construcción y manufacturas). Y algunas, por decisiones más estructurales, como el gas y los metales para baterías, con una demanda desbordada por las decisiones de transición energética, en especial en China.
En este contexto, la invasión y la respuesta de Occidente con sanciones incrementan la incertidumbre económica y política, con especial impacto en los mercados de materias primas, por el temor al embargo o a la interrupción del suministro. Rusia es la principal fuente de gas para Europa, el segundo exportador de petróleo en el mundo, y uno de los productores más importantes de varios metales (como el paladio o el níquel) y de cereales (como la avena y la cebada). Por su parte, Ucrania es un gran productor de aceites vegetales y cereales. Por ello, los precios de los bienes básicos se han incrementado hasta niveles no vistos desde hace varios años. El petróleo, por ejemplo, pasó de un promedio de 70 dólares/barril en 2021 a 140 en el pico del conflicto. Otros productos incluso a máximos históricos, como el carbón o el gas (este último incrementó su precio en 220% en su punto más alto en lo que va del año). Lo mismo han experimentado los metales y los alimentos: el níquel ha alcanzado una variación del 130%; y el trigo del 83% en su punto más alto en 2022.
En las últimas semanas, los precios se han moderado pero la volatilidad continúa. Los anuncios de avances en las negociaciones y el rebrote de la COVID en Asia ayudaron a mitigar los precios. Sin embargo, hay consecuencias que perdurarán en el tiempo y que con el objetivo de gestionar la seguridad de suministro se verán alteraciones en cadenas globales, inventarios elevados y duplicación de proveedores que mantendrán los costes elevados. Por otra parte, ya observamos distorsiones marcadas en algunas materias primas, como los alimentos, pero no son el principal centro de atención todavía. De hecho, se han convertido y seguramente serán determinantes en el devenir de muchas sociedades en los próximos meses.
Los precios de muchos fertilizantes se han incrementado en más de dos y tres veces, y los cereales han mostrado alzas entre el 50% y 100% en este arranque de 2022. A ello se suma una posible baja oferta en los próximos seis meses por el conflicto. Una situación que ya reporta la FAO con preocupación en su más reciente informe de precios globales de alimentos, con un incremento mensual de 12,6% en marzo, aparte de la probabilidad de hambrunas este año. Esto apenas comienza a materializarse, y lo hace sobre niveles altos incluso antes del conflicto, lo que trae consigo una alta posibilidad de despertar de nuevo manifestaciones de descontento social, como las observadas ya en Perú en las últimas semanas. De hecho, los expertos apuntan a África como potencial foco de inestabilidad por estos factores, y recuerdan que uno de los que desencadenó la Primavera Árabe en 2011 fue precisamente una escasez de alimentos y un alza en los precios del trigo.
Lamentablemente, el conflicto de Rusia y Ucrania sigue y la incertidumbre sobre los mercados de materias primas se mantendrá en los próximos meses, y en algunos casos incluso por más tiempo, pues la inversión en ellos ha sido baja en los últimos años. Recientemente, en el “Commodities Global Summit”, los expertos auguraban que los precios del gas, petróleo, níquel, litio y cereales, entre otros, seguirán altos en 2022, considerando que lo peor aún estaría por venir. Una realidad que, sin duda, pesará sobre la actividad mundial con fuerte impacto en la energía en las economías desarrolladas y un alto riesgo de hambruna y tensiones sociales en las emergentes: una crisis en gestación.