Escribe: Carlos E. Paredes, economista y docente de Posgrado de U. Continental.
1. Hace dos años, cuando caminaba por la avenida Real en Huancayo, después de presentar mi libro “Resilientes, pero no indolentes” en la Feria del Libro de esa ciudad, llegué a una esquina en que una señora de la región estaba sentada en la acera vendiendo tubérculos. Encima de ella, leí una pinta en la pared que decía “¡Cambio de Constitución!” y al voltear hacia el jirón Piura leí otra pinta “¡Paro ya!”. Las imágenes me impactaron –les tomé fotos–, pues en el libro que acababa de presentar explicaba por qué un cambio del capítulo económico de la Constitución no beneficiaría a la mayoría de peruanos.
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2. Desde entonces he participado en una serie de foros donde se ha tratado el tema. En varias de estas ocasiones me sentí asistiendo a un diálogo de sordos o, cuando menos, de personas que parecen no hablar el mismo idioma o que entienden diferentes cosas por las mismas palabras. Dado que usualmente no es útil discutir sobre definiciones, opté por preguntarle a mis interlocutores qué es lo que entendían por “el modelo” y qué aspectos de la Constitución consideraban vital cambiar y, cómo este cambio traería mayor bienestar para los peruanos. No siempre llegamos a coincidencias importantes –a veces nuestros prejuicios dejan poco espacio para la duda y la reflexión–, aunque creo que logramos tener un diálogo más fructífero a partir de estas aclaraciones de conceptos.
3. Es importante que seamos conscientes de que la percepción del éxito o de las bondades del modelo económico depende de cuán amplia o limitada sea nuestra definición del modelo económico. Mientras más reducida sea esta –por ejemplo, limitándola a la prevalencia del orden macroeconómico y de una economía de mercado en los sectores que no se han reservado para el Estado–, más cercanos estaremos a considerar que el modelo económico es exitoso. En cambio, si la definición de modelo económico se amplía a cómo se organiza la producción de bienes y servicios en todos los sectores de la economía –incluyendo los hoy reservados para el Estado, como salud y educación pública, o agua y saneamiento, entre muchos otros– y cómo se atiende a las necesidades de la población (la oferta y la demanda, respectivamente), entonces la percepción de que tenemos un modelo exitoso disminuirá significativamente.
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4. La mayor parte de las familias peruanas cubre parte importante de sus necesidades con servicios provistos por el Estado: salud, educación, seguridad, agua y saneamiento, electricidad, entre otros. En la medida que la disponibilidad y calidad de estos servicios sea deficiente, difícilmente la población considerará que “el modelo” –en su acepción amplia– sea exitoso o justo. Si tiene dudas, pregúntele a una madre que perdió a su hija o esposo en la pandemia por falta de oxígeno y que hoy no consigue una cita en el seguro social.
5. Esta percepción probablemente prevalezca a pesar de que la señora en cuestión tenga un puesto de trabajo y pueda alimentar a su familia gracias a la inversión privada que generó ese puesto de trabajo que le reditúa un sueldo todos los meses. Sin embargo, es probable que ella, al igual que la mayoría de peruanos, considere que se gana su sueldo debido exclusivamente a su esfuerzo y poco tiene que ver el modelo económico. Es más, probablemente esté insatisfecha con su nivel de ingresos, el cual considera “injusto”, aunque refleje su baja productividad debido a la falta de una calificación adecuada –en gran parte explicada por las deficiencias del sistema educativo público–. En cambio, identificará rápidamente a las deficiencias en la provisión de servicios de salud como una prueba de que el modelo no funciona.
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6. En este contexto, atacar al modelo y pedir cambios al capítulo económico de la Constitución es una narrativa que fácilmente gana adeptos, muchos de los cuales no comprenden que su frustración tiene poco que ver con la economía de mercado consagrada en la Constitución, sino con un Estado claramente disfuncional. Disfuncional porque no provee los bienes y servicios públicos de calidad que debe proveer y porque dilapida nuestros recursos en actividades que no debe realizar (el ejemplo más notorio es Petroperú, pero hay muchos otros).
7. ¿Por qué dejarle la narrativa del cambio de modelo a los populistas, cuando resulta obvio e indispensable cambiar el modelo de provisión de bienes y servicios públicos, incluso convocando al sector privado para cerrar las enormes brechas existentes? Perfeccionar el modelo económico implica, sobre todo, reformar el Estado –volverlo funcional para la población– y promover la generación de riqueza con una economía de mercado pujante que atraiga más inversión para generar cientos de miles de puestos de trabajo. Sin cambio de narrativa, los defensores de los aspectos positivos y sobresalientes del modelo, perderemos la batalla de las ideas y –nuevamente– de los votos en las urnas.
–El modelo no solo no funciona, sino que es injusto. ¡Cambiemos la Constitución!
–¡Tonterías! Con este modelo millones de peruanos salieron de la pobreza, como nunca antes en nuestra historia.
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