Periodista
A fines del 2021 el Congreso tuvo la mejor oportunidad para vacar al presidente o adelantar elecciones. La decepción en ese momento era enorme. Unos querían deshacerse de Pedro Castillo por incapaz y corrupto; y otros, porque consideraban que el presidente los había traicionado al no cumplir con las promesas electorales radicales.
Los congresistas prefirieron cuidar los privilegios que su curul les otorga, antes que solucionar la grave crisis política, y no lo hicieron.
Pero no fue la única razón por la que la vacancia no prosperó. A la conocida posición de no pocos “niños”, y a la incapacidad de la oposición para establecer alianzas o coaliciones, se sumó una suerte de soberbia o de autosuficiencia de un sector importante del Parlamento, que pensó que el presidente y el Gobierno podían ser fácilmente neutralizados y “jaqueados” desde el Congreso.
Les salió el tiro por la culata. Hoy, el que está neutralizado y “jaqueado” es el Congreso.
Las bancadas se dividen, subdividen y se enfrentan a diario. No tienen los votos para vacar al presidente. Se resisten a convocar a nuevas elecciones generales. Sus interpelaciones no tienen mayor impacto político. No pueden censurar o quitarle la confianza al primer ministro, quien los ataca, “pecha” y reta. Son presa fácil de un gobierno que, con solo una conferencia de prensa, provoca la inmediata censura de la presidenta del Parlamento.
La aprobación del Congreso es de apenas un dígito, mientras que la del presidente –con bajadas y subidas- se mantiene en dos dígitos. Y si bien las cifras no son o no deben ser comparables, la población sí lo hace, y esa comparación, querámoslo o no, le hace un favor al presidente, porque las malas decisiones y los escándalos en el Congreso neutralizan el impacto de los desaguisados, tropelías y presuntos delitos que se cometen en el Gobierno. El Congreso “cubre” al Gobierno.
Por miopía, torpeza, o falta de entendimiento, los congresistas hacen exactamente lo contrario a lo que los ciudadanos y el país esperan de ellos. Y lo hacen cada vez con mayor frecuencia y con mayor “eficiencia”.
Ahora hay presuntos violadores “en casa” con suspensiones benévolas; supuestos bebedores que convierten el Congreso en una cantina y que son bien “cuidados” en sesiones reservadas; miembros de la Mesa Directiva condenados por la justicia; “topos” por “delivery”; presidentas del Congreso con una enorme incapacidad e impericia política, pero con habilidad para el escándalo; y una oposición que, a fuerza de dar rabia, ya da pena.
Pero lo peor es que no hay reacción de ningún sector del Parlamento. Con contadísimas excepciones, los congresistas parecen formar parte de la banda de músicos del Titanic.
A fines del 2021, el Congreso tuvo en sus manos al Ejecutivo. Hoy, el Ejecutivo tiene controlado al Congreso.
Si la aprobación del Congreso sigue cayendo y el desprecio de la población crece aún más, podrían ocurrir dos cosas: o las tentaciones del Ejecutivo podrían hacerse realidad; o un súbito amor propio (¿o miedo?) genera una repentina reacción y una decisión firme del Parlamento.
Ojalá sea lo segundo. Porque goles que no haces, goles que te hacen.