Jefe del Sistema de Información de Macroconsult
La economía peruana viene haciendo frente a un conjunto de choques negativos. El primero de ellos es la pandemia. Esta golpeó de manera significativa a la producción nacional y, en consecuencia, el empleo y los ingresos de las familias, durante el 2020. Si bien parece obvio que nos encontramos cerca de dejar atrás al COVID-19 (es decir, hacerse endémico), no nos hemos logrado recuperar del todo la situación prepandemia: el empleo se ha precarizado y los ingresos no han regresado a su nivel promedio del 2019 (20% por debajo al cierre del 2021).
El segundo choque es el incremento del ruido político. La llegada del nuevo gobierno a mediados del año pasado solo ha traído incertidumbre respecto de si se mantendrán las reglas de juego básicas para que se desarrollen adecuadamente los mercados. De hecho, la encuesta de expectativas que publica el Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) indica que la confianza empresarial se encuentra en la zona de pesimismo, tanto a tres como a doce meses, por lo que no es difícil pensar que la inversión privada se va a contraer tanto este como el próximo año.
El choque de incertidumbre política, a diferencia del de la pandemia, no parece que vaya a llegar a su fin en el horizonte previsible, por lo que podría seguir goleando a la economía, por lo menos, hasta el 2026. Si bien el desempeño del Producto Bruto Interno (PBI) sigue mostrando cierta inercia positiva (creció casi 4% en el primer trimestre del 2022), es altamente probable que este impulso se vaya agotando en la medida que avanza el año. Bajo ese razonamiento, el PBI durante el 2023 crecería apenas 2.1% empujado por una inversión privada y pública que se contraen (2.3% y 4.6%, respectivamente).
Ahora, si miramos el 2026, no hay ningún factor que haga pensar que la economía podría alejarse del panorama planteado para el 2023, puesto que la incertidumbre seguiría siendo la nota dominante. Así, la economía podría crecer apenas entre 2% y 2.5%, con lo cual la pobreza, según lo indicado por Álvaro Monge y Yohnny Campana, cerraría el quinquenio alrededor del 25%. En otras palabras, habremos perdido cinco años.
Para empeorar las cosas, desde hace algunos meses nuestra economía viene sintiendo los efectos de un tercer choque, que podríamos denominar, de manera genérica, “internacional”. Este engloba varios aspectos: inflación global (exacerbada por la invasión de Rusia a Ucrania), política monetaria contractiva, desaceleración de las principales economías, escasez de fertilizantes, entre otros. La particularidad de este choque es que podría hacerse más intenso y reducir aún más el pobre crecimiento esperado para el 2023. Aquí, la potencial caída de la producción de alimentos por la menor disponibilidad de fertilizantes es, sin lugar a duda, el mayor riesgo que enfrenta nuestro país. Sus consecuencias en lo social serían muy negativas.