Escribe: Ricardo Valcárcel, analista económico.
La economía peruana es una abierta, tiene acuerdos comerciales con la mayoría de los países importantes del mundo. Ello vía tratados de libre comercio bilaterales y con varios de los 21 países del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) y de los 11 que conforman el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP).
Esta diversificación comercial y de inversiones, le ha permitido sostener su economía relativamente airosa, en las últimas dos décadas, pese a una larga serie de acontecimientos políticos deplorables.
Un problema significativo que estará afrontando el Perú, es que sus dos socios comerciales y de inversiones, EE.UU. y China, están librando una lucha creciente por la hegemonía mundial.
Pocos dudan que China será la ganadora en el largo plazo. Ello podría acontecer entre el 2030 y el 2050 y, obviamente, el país norteamericano hará todo lo posible por retrasar su desplazamiento al segundo lugar. Esta transición será el problema medular del planeta en las siguientes dos décadas. Mientras, la economía global estará constreñida por esta disputa.
Entre los mayores problemas que surgen de esta pugna por la hegemonía, está el fraccionamiento del mundo en dos partes. El proceso de globalización será más lento y enredado. Esta dislocación, ya en marcha, va conllevando a tener restricciones y normas comerciales diferentes, afectando las cadenas internacionales de suministro de bienes y servicios.
A la par de lo anterior, viene aumentando el número de países que transan su comercio en monedas diferentes al dólar. Visiblemente China es el principal impulsor de esa tendencia, propugnando utilizar el yuan con sus socios comerciales.
Pero, también ya la India, Brasil, Rusia, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Siria, Argentina e Indonesia, ya han descartado el dólar en diversas transacciones mercantiles, reduciendo su dependencia del dólar.
EE.UU. mismo está, sin querer, incitando a que otros países busquen alternativas financieras. Observan que la deuda pública estadounidense es exageradamente alta, más del 120% de su PBI, y su déficit fiscal de 6% previsto para el 2024, asegura que dicha deuda seguirá elevándose. La desconfianza en el dólar existe, pero por el momento no hay una alternativa para su reemplazo.
Por otro lado, ambas potencias están empeñadas en una carrera armamentista, lo que aumenta sus gastos estatales ya actualmente descomunales, y amplía los riesgos de conflictos. Una nueva Guerra Fría se está estableciendo, aunque diferente de la anterior, por el proteccionismo cada vez más estricto de EE.UU. y el desarrollo de China con un modelo de capitalismo regido por el Estado.
La inteligencia artificial será otro campo de batalla. El país yanqui y sus aliados europeos han implantado fuertes restricciones a China, en la venta de los chips más avanzados y en el control de exportación de tecnologías sensibles, a fin de reprimir su economía. Hay una competencia tecnológica feroz, tanto en la innovación, en la producción y en el uso de los elementos cibernéticos.
En esa encarnizada lucha por la hegemonía, un tema muy importante para la humanidad es que ambos adversarios bajarán su prioridad para combatir el cambio climático. Pondrán menos recursos para reducir la polución y predominarán proyectos de otra índole antes que la limpieza del medio ambiente.
Hay naciones que ya están acomodándose a este nuevo orden internacional. Básicamente tratan de mantener alianzas estratégicas equilibradas con los dos contendientes. En tal empeño están Japón, Brasil, India, Corea del Sur y Australia. Esos países lo pueden lograr por su importancia económica presente. ¿Y la Comunidad Europea? Pues simplemente se comporta en esta disputa como una pieza útil en favor de los Estados Unidos.
Es necesario remarcar que faltan sólo 24 semanas para las elecciones en Estados Unidos. Veremos pronto al presidente Biden reforzar su postura contra China, para crearse una imagen de hombre fuerte. Trump, más bravo, es favorito para un segundo mandato y, por ello, se espera una intensificación acelerada de la confrontación en el futuro.
Un trastorno sustancial para los países subdesarrollados es que pueden verse empujados para alinearse con uno u otro de los adversarios. El Perú, es un peón menor en este ajedrez geopolítico complejo y brusco donde maniobran los dos combatientes.
Actualmente estamos al vaivén de las olas, con nuestras autoridades públicas comportándose de manera tan censurable y desordenada. Así, se hace difícil imaginar que podremos manejarnos, entre ambas potencias, con el pragmatismo que se necesita. Nuestra política exterior deberá ser muy cauta en su ejercicio.
La confrontación antedicha se suma a la inestabilidad política interna, lo que ulteriormente va a traer consecuencias sociales, quizá algunas violentas. La economía sufrirá y con ello todos los peruanos lo pagaremos con la tuya y con la mía, con mayor pobreza, insalubridad e inseguridad.
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