Carlos Gomero Rigacci, Socio en LQG Energy & Mining Consulting
“Winter is coming” es una frase tomada de una famosa serie que anuncia tiempos difíciles; algo que bien puede calzar para describir lo que ha ocurrido en los últimos meses -y en especial en las últimas semanas- en el sector eléctrico.
Si bien desde hace varios años se habla de una “sobreoferta” o de una holgura de capacidad que permitía cubrir la demanda futura con cierta suficiencia, era conocido que buena parte de esta capacidad no estaba compuesta por centrales de bajo costo de producción (renovables no convencionales, hidroeléctricas y térmicas a gas natural), sino más bien por centrales caras que usan diésel y otros derivados del petróleo. Era conocido también que, aunque no había amenaza de una crisis de abastecimiento (racionamientos), sí enfrentaríamos eventualmente una crisis de precios.
El mercado eléctrico a veces se presenta como especial a partir de sus características físicas, pero en el fondo es tan predecible como cualquier mercado menos sofisticado. Por ejemplo, era predecible que a un periodo de precios particularmente bajos (como el que existió entre el 2016 y 2021 -el periodo de la “sobreoferta”-), vendría una disminución de incentivos para nuevos proyectos y que esto ocasionaría irremediablemente precios altos en algún momento. Algo de esto está pasando hoy: Debido a El Niño, las lluvias se retrasaron y entramos al 2023 con una menor disponibilidad hídrica. La importancia de nuestra siguiente fuente de generación disponible -el gas natural-, se hizo crucial, pero resulta que la infraestructura de abastecimiento de este insumo debía entrar en mantenimiento entre julio y agosto. A esta menor producción hidroeléctrica de tipo estructural y a esta indisponibilidad coyuntural de gas natural, se sumaron algunos otros eventos, como la salida de operación de algunas centrales.
Producto de ello, y de la forma en que se determinan los precios en el mercado eléctrico, los denominados costos marginales (precios spot) llegaron a niveles históricos. En el año 2023, pasamos de tener precios promedio mensuales de US$ 30 MWh a US$ 90 MWh en junio y US$ 150 MWh en julio con picos de hasta US$ 270 MWh. Este nivel de precios no se veía desde el 2008, año en el que se hizo costumbre despachar diésel debido a restricciones en la transmisión y en la cadena de abastecimiento de gas natural.
Nótese que aquí hablamos de los precios spot, es decir, de los precios del mercado mayorista en el que los generadores liquidan sus transacciones agregadas, los cuales no tienen incidencia directa sobre lo que pagan los usuarios regulados. Estos últimos se sujetan a precios “anclados” en contratos a largo plazo bajo un esquema que, aunque criticado, hoy los protege frente a los vaivenes de un mercado altamente volátil.
No se puede decir lo mismo de los usuarios libres o grandes consumidores, quienes no solo suelen contratar a corto plazo, sino que algunas veces aceptan que los precios spot les sean trasladados bajo ciertas condiciones. En este contexto, es probable ver en este mercado un fenómeno inverso al que ocurrió durante la coyuntura de precios bajos, en el que los usuarios libres buscaban la forma de renegociar (o terminar de plano) sus contratos para suscribir otros a precios menores. Hoy los golpeados son los que están al otro lado de la vereda: los generadores, en especial aquellos que no logran producir el volumen de energía suficiente para atender a sus clientes, viéndose forzados a comprar energía muy cara y recibir de sus clientes precios menores. En sencillo, venden el producto a pérdida.
¿Qué nos depara el futuro en el muy corto plazo?: Por el lado de los agentes, disputas entre generadores y clientes libres por un afán de renegociar o romper contratos de suministro, una dificultad para que los clientes libres consigan energía para este y el próximo año y, muy probablemente, la existencia de retiros de energía sin respaldo contractual. Por el lado del Estado, seguramente un interés por intervenir para establecer regulaciones y fijar precios (cosa que ha hecho en el pasado), e inclusive asumir -equivocadamente- que este contexto le da una justificación para afectar contratos y con ello, la seguridad jurídica en el sector.
En el mediano y largo plazo, la única solución es promover la incorporación de nueva oferta de generación eficiente, pero confiable. En esta línea, la sola incorporación de energía eólica o solar no será suficiente para dar una solución estable y atender la demanda del sistema eléctrico a precios razonables en todo momento.