Managing Partner AIMS International Perú
Luego de tantos años en la práctica de búsqueda de ejecutivos, puedo decir que he entrevistado a muchísimos profesionales camino a posiciones de liderazgo en un directorio o en la gestión de una empresa, para diversas industrias y destacadas firmas, tanto del país como del extranjero.
Pocos años atrás, decidimos revisar los perfiles y requisitos que nuestros clientes delineaban para que nosotros enfocáramos el proceso de investigación y elección de la terna finalista en estos procesos y nos dimos con dos sorpresas. La primera fue que en menos del 10% de los casos, los requisitos mandatorios (de descarte) incluían que los candidatos que presentáramos debían ostentar el grado de Maestría.
La segunda sorpresa, quizás algo sesgada por el tipo de empresa que atendemos, fue que el dominio pleno del inglés era mandatorio más del 85% de las veces, es decir una valla harto infranqueable. Esto significaba que un postulante debía poder hacer presentaciones, negociar, discutir y recibir entrenamiento específico del negocio en ese idioma, y lo validábamos en esos casos entonces y ahora haciendo parte de la entrevista en inglés.
Curiosamente el dominio de un segundo idioma es también requisito legal para obtener el Grado de Magíster o Máster y en una cantidad numerosísima de entrevistados, de insospechadas universidades, hemos encontrado que el nivel de inglés que muestran es a duras penas intermedio. Hay incluso una broma que compartimos en esta práctica y es que, si alguien declara en su currículo hablar inglés a nivel intermedio, más del 90% de las veces simplemente no lo habla, pero quizás lo lee. Por lo menos, no al nivel esperado por nuestros clientes, ni al nivel que creemos debería ser exigido en una Maestría según la normativa vigente.
Este tipo de filtros y validaciones son en buena parte el día a día en nuestra práctica y dejar pasar candidatos que no cumplen con requisitos mandatorios de nuestros clientes constituye una mala praxis que toda firma de prestigio, obviamente, debe evitar. Y lo descrito, no es sino un preámbulo para mencionar los filtros más determinantes y frecuentes, que debemos respetar tanto como los anteriores.
Es claro que la comunidad empresarial que acude a las firmas de búsqueda de ejecutivos para incorporar a profesionales exitosos (que me niego a llamar “talentos”) comprende a empresas grandes, medianas o en proceso de crecimiento importante, de capitales extranjeros, multilatinos o locales. Es en esa elite empresarial donde nos desenvolvemos y como sus requisitos más básicos y taxativos mencionaré dos: a) un grado académico superior (no necesariamente una Maestría) y b) validar el prestigio de la universidad que lo otorga.
La llegada de las universidades privadas en los noventa fue un aporte a la academia al crearse instituciones serias y respetadas por la comunidad empresarial, que hoy acepta y aprecia a sus graduados. Pero simultáneamente, nacieron otras universidades de dudosa reputación que desde entonces son puestas de lado, cuando no vetadas, para que sus graduados no sean considerados siquiera en las búsquedas que nos encargan estas empresas.
En medio de esta dinámica de incremento de oferta, de crecimiento hasta desordenado como un todo, vimos con agrado que la Sunedu emprendió el licenciamiento para separar la paja del trigo. Varias pseudo universidades quedaron expuestas e inhabilitadas para seguir en ese vil oficio y con todos los vaivenes y avatares del proceso, aunque la situación actual es mejor que la anterior, parecería ser que la emisión de grados como negocio no ha desaparecido necesariamente.
Lo hasta acá descrito intenta enfatizar un hecho concreto. Las empresas más serias, grandes y sólidas han sido, son y serán mucho más renuentes a contratar graduados de esas pseudo universidades, y el lamentablemente perjudicado al no poder formar parte de esta elite empresarial, es el estudiante de grado y postgrado que cae en las garras de instituciones de baja calidad académica y reputación.
Nuestro excelente profesor Enrique Valdez en ESAN, quien lamentablemente ya no está con nosotros, nos alertaba en los años ochenta que la educación corría el peligro de convertirse en el mejor y peor negocio. Predecía que un gran número de personas preferirían una baja exigencia en lo académico, carreras que duraran poco y que les dieran el “cartón” de grado lo antes posible y sin esfuerzo, aunque esto resultara mucho más oneroso. En resumen, era el único servicio que él conocía donde los clientes estaban dispuestos a pagar más y recibir menos (calidad y cantidad de enseñanza). ¡Cuánta razón tenía el visionario Don Enrique!
Aunque en nuestra práctica enfrentamos esta situación desde antes de la proliferación de pseudo universidades y del desgaste de algunas otras, siempre hemos evaluado la calidad de la institución y no su régimen, pero creo que por el momento ingrato que vivimos el poco aprecio de la elite empresarial por las fábricas de títulos y grados solo se exacerbará sin límites.
Así las cosas, los llamados “Head Hunters” deberemos ser mucho más estrictos aún, si cabe, en la decisión de separar candidatos que puedan hacer “levantar una ceja” siquiera, a las empresas que servimos.