Vicepresidente ejecutivo de Inversiones, Rimac Seguros
El índice de acciones ACWI, que incluye cerca de 3,000 acciones pertenecientes a poco menos de 50 países y es generalmente usado como el indicador del desempeño bursátil global, ha caído 17.2% en lo que va el año. Con esta disminución, este índice ha retrocedido ya todo lo que avanzó en el año 2021 y, si cayese 6.3% más, alcanzaría la misma valorización que tenía a el 20 de febrero de 2020, justamente antes de que se declare la pandemia del COVID 2019.
Esto último es perfectamente posible dado que en situaciones previas de caída severa en el mercado, los retrocesos alcanzan una mediana de 24% y hasta 57% del valor alcanzado en el punto máximo. Las variaciones drásticas en el valor de los activos suceden periódicamente, son conocidas como mercados bajistas (Bear Markets en inglés) y suelen anteceder, en promedio, ocho meses el inicio de una recesión.
Si bien la capacidad predictiva de los mercados bajistas no es 100% cierta, si suele funcionar con frecuencia y se sustenta en el hecho de que cuando se avecina una recesión, las expectativas de crecimiento de las utilidades de las empresas se hacen menos optimistas.
Históricamente, el mercado de acciones ha predicho las recesiones con un poco más de 50% de exactitud. Sin embargo, hasta ahora, otros indicadores lideres aún no apuntan a una alta probabilidad de recesión en los próximos 12 meses. Según Moody’s, la probabilidad de que se produzca una recesión global entre hoy y mediados de 2023 es 31%; la probabilidad de que la economía de los EE.UU. y la de Europa caigan en recesión en el mismo período es 30% y 20% para China. Aunque los niveles actuales de estas probabilidades son bajos, están en rápido aumento.
De producirse, la recesión que se anuncia estaría explicada tanto por factores de oferta como de demanda. Por el lado de la oferta, se encuentran, en primer lugar, las restricciones existentes en el abastecimiento de insumos clave como el petróleo, el trigo o los semiconductores que resulta del estallido de la guerra Rusia-Ucrania. En segundo lugar, la recuperación global de la pandemia ha sido incompleta: por un lado, Europa, el Reino Unido y los EE. UU., que parecían haber dejado atrás ya este flagelo, están experimentando un rápido aumento en los contagios nuevamente. Por el otro, China mantiene cuarentenas y restricciones de movilidad en distritos de sus principales ciudades, incluyendo Shanghái y Beijing para evitar la propagación de esta enfermedad.
Sabemos que el impacto de la guerra y de la pandemia sobre el volumen de comercio internacional, sobre el precio de las materias primas, sobre la disponibilidad de semiconductores y sobre el precio y la disponibilidad de fletes marinos es considerable. La magnitud final de este impacto, sin embargo, es impredecible y depende de la duración y severidad de los fenómenos que lo originan. Ningún país ha encontrado una salida definitiva al covid. Esta enfermedad se ha vuelto endémica y, si bien es cada vez menos letal, sigue causando pérdidas de producción en todo el mundo. La guerra en Ucrania se avizora larga y debe causar un enorme desgaste en las potencias involucradas.
Por el lado de la demanda, la disrupción en el abastecimiento de insumos ha causado un aumento sustancial en los precios que amenaza con hacerse permanente si la economía pierde la confianza en la capacidad de los bancos centrales para controlarlo. Justamente, para evitar que las expectativas de inflación se desboquen, varios bancos centrales, incluyendo la FED, el Banco de Inglaterra y el BCRP han iniciado agresivos procesos de ajuste de las condiciones financieras anunciando aumentos de tasas de interés. El aumento resultante en el costo del crédito está comenzando a hacer mella en los niveles de actividad económica. Por ejemplo, el costo de las hipotecas en EE.UU se ha elevado 27% en un año como resultado y está impactando negativamente el, hasta ahora, boyante mercado de viviendas.