Director de La República de Colombia
Perú es quizá la frontera más olvidada de los colombianos. Son 1,626 kilómetros en medio de la espesura de la selva amazónica en donde impera la ley del más fuerte, por estos días, el narcotráfico. Escuchar la palabra Perú, para los colombianos, aún refiere a un país remoto del vecindario, así haya colombo-peruanos olvidados selva dentro; lo que sí no es ajeno para los formadores de opinión, empresarios, académicos y políticos, es que es una economía fuerte que lucha para que los flagelos de la guerrilla y los narcotraficantes no estén presentes en su diario acontecer.
En pocas palabras, que no se colombianicen. Es un destino nacional para hacer turismo, pero también para montar empresas y hacer negocios; imperativos que nos obligan a estar atentos a su devenir económico y político. La gran paradoja peruana es que muy a pesar de su sostenido crecimiento económico y reducción de la pobreza, siga en el limbo la figura presidencial.
Es como si la economía fuera tan fuerte que sobraran sus mandatarios y que la dinámica agroindustrial, minera, pesquera y bancaria nos golpeara a la puerta con grandes enseñanzas. Cada vez es más frecuente que multilatinas peruanas “hagan su Colombia” y se instalen en el mercado vecino pintando un nuevo camino más allá del limbo político, del péndulo ideológico y de los flagelos delincuenciales; es como si la economía de mercado fuera un río caudaloso que no se deja represar por los problemas inherentes a países adolescentes.
Perú y Colombia comparten eso: resiliencia económica, verraquera ante la adversidad, muy a pesar de gobernantes inferiores al reto de hacer progresar sus sociedades.