Juan Carlos Goite tiene que ser creativo, hallar repuestos en una locomotora desmantelada para reparar otra en un intento desesperado por mantener operando la otrora próspera compañía minera de hierro.
Con ropa de trabajo manchada de aceite y un casco, el mecánico cruza un taller mal iluminado y lleno de repuestos de tren rescatados como motores, placas de metal y mangueras, en busca de la pieza correcta.
En una Venezuela carente de efectivo, no hay dinero para comprar refacciones. Años de negligencia y corrupción han dejado deteriorada a Ciudad Guayana, una ciudad tallada de la selva al borde del Amazonas que pudo ser como Pittsburgh.
“La maquinaria que recibimos era maquinaria ya agotada”, dijo el ministro de Industrias Juan Arias, quien fue enviado por el gobierno socialista a Caracas para arreglar el pueblo industrial que alguna vez fue próspero.
Se estima que la producción de este año de la compañía estatal Sidor, el fabricante siderúrgico más grande de Venezuela, a duras penas llegará al 20% de su producción máxima de hace una década, dijo. En su punto culminante en 2007, bajo propiedad privada, la fábrica produjo más de 4 millones de toneladas.
Aun así, fabrica más que el año pasado, lo que alienta en Arias la esperanza de un cambio, a pesar de la falta de efectivo en Venezuela y las sanciones de Estados Unidos que las autoridades dicen que privan a las fábricas de los recursos que necesitan.
Venezuela está sobre las mayores reservas de petróleo en el mundo, pero los bajos precios del crudo y una disminución en la producción han dejado en caída libre a la economía.
Desde hace mucho Ciudad Guyana fue considerada el futuro de Venezuela. En la década de los 1950, las compañías estadounidenses echaron ojo a los vastos recursos del país, invirtiendo dinero en fábricas para convertir hierro en acero y bauxita para aluminio, así como en vías férreas y puertos fluviales para transportar y comercializar el producto. Las presas en el río Caroni proporcionaban bastante energía hidráulica, mientras que los trabajadores de todo el país llegaron a la nueva ciudad soñada por urbanizadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Hace casi dos décadas, el presidente Hugo Chávez tomó el poder y lanzó su revolución socialista. En 2008 comenzó a poner bajo el control estatal a las fábricas, antes propiedad de conglomerados de Japón y Argentina. De inmediato la producción disminuyó, incluso antes de la caída de los precios del petróleo.
Hoy en día, un enorme camión volcador que carga mineral a los trenes para ser enviado a las fundidoras -pieza neurálgica en el ciclo- opera sobre neumáticos tan desgastados que le faltan tiras de caucho.
Montones torcidos de vagones que transportaban el mineral de hierro crudo ensucian una ladera; se descarrilaron cuando un maquinista conducía con exceso de velocidad para unas vías sin mantenimiento.
En Sidor funcionan solo dos de los cuatro hornos de fundición que hacen barras de acero y los trabajadores, quienes operaban día y noche, ahora sólo tienen un turno, dicen las autoridades.
“El chavismo acabó con todas estas compañías”, dijo Ricardo Hausmann, economista en la Universidad de Harvard y exministro de Planeación de Venezuela. “Todo esto se ha colapsado catastróficamente”.
Hausmann dijo que para revivir la base industrial de Venezuela se necesitará abandonar el modelo socialista y reemplazarlo con una economía de mercado motivada por la oferta y la demanda.
En 2016, el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, lanzó el cercano proyecto Arco Minero, apartando una franja silvestre del estado de Bolívar circundante para extraer oro, diamantes y otros metales preciosos. Fue una idea que Chávez había propuesto años atrás.
Los líderes pidieron a decenas de compañías extranjeras y nacionales invertir en el proyecto, que fue diseñado para llenar los cofres venezolanos y acabar con su dependencia en el petróleo. Hasta el momento ha tenido poco ímpetu.
Isaías Suárez Chourio, quien trabajó su camino hasta la presidencia de otra importante planta en Ciudad Guayana, Ferrominero Orinoco, culpa a una larga dinastía de gerentes mediocres, deficientes o corruptos, quienes saquearon las ganancias de las fábricas para sus intereses personales, mientras maltrataban a sus trabajadores.
Confiado en que inicia un cambio de rumbo, Suárez Chourio dijo que algo clave para aumentar la producción es inspirar el respeto de los trabajadores: desde proveerlos de vestidores dignos, hasta cumplir los contratos para pagarles. También hay que liderar con el ejemplo, dijo.
“El trabajador no es tonto”, dijo Suárez Chourio, cuyo hermano encabeza al ejército venezolano. “Tiene que ver entre lo que la gerencia, el presidente, hace y dice”.
Los trabajadores de las fábricas estatales se quejan discretamente de que alguna vez ocuparon con orgullo las filas de la clase media venezolana, llevando a sus familias a comer y de vacaciones. Ahora todo su dinero se va en comprar comida.
Tony Franco, de 50 años, se puso su camiseta de trabajo luego de la comida dominical y se preparó para el turno nocturno en Ferrominero, en donde lleva 28 años en mantenimiento eléctrico.
Franco tuvo que vender su auto y ahora camina varias cuadras para alcanzar el bus y llegar a tiempo a su turno nocturno. Ferrominero es parte de su identidad y dijo que está preparado para luchar por una mejor vida, aún sin abandonar esperanzas en la campaña de cambio del gobierno.
“Remar bien duro, para que ese barco no se te hunda en medio de esa mar”, dijo. “Porque si no te salvas tú, no te va a salvar más nadie”.