La bomba cayó sin explotar en el tejado de la casa de Andriy Koshmak. Devastado por los bombardeos rusos, el pueblo de Zeleny Gai, cerca de la línea del frente en el sur de Ucrania, sigue viviendo bajo amenaza.
A la entrada de la aldea, al este de la ciudad de Mikolaiv, un grupo de 15 hombres esperan en bicicleta a que se distribuya la ayuda frente a una casa blanca con los tejados quemados.
“Solo por eso hay tanta gente fuera, el resto del tiempo es un pueblo fantasma”, dice riendo Yuri Seka, de 33 años, agricultor como la mayoría.
“No me acuerdo cuándo fue la última vez que dormí en mi cama”, dijo Alexander Zlydar, de 38 años.
Aunque la línea del frente se ha desplazado hacia el sureste, en dirección a Jersón, la única ciudad importante que Rusia ha reclamado como propia desde que comenzó la invasión el 24 de febrero, los cohetes Grad siguen cayendo de forma intermitente en la localidad.
Koshmak, conductor profesional de 29 años, muestra las marcas negruzcas de los últimos cohetes, de hace unos días, en la carretera principal junto a su casa.
El 13 de marzo, durante un bombardeo especialmente intenso, la bomba de 250 kilos lanzada en paracaídas cayó sobre su tejado.
“Había mucho viento ese día, eso debió desviarla hasta aquí”, agregó.
Al final de la carretera, la escuela quedó reducida a escombros en la tarde de ese día. Mujeres y niños ya habían evacuado ese pueblo, pero el jefe del consejo municipal de la localidad de Zeleny Gai murió y el director de la escuela resultó gravemente herido en las piernas.
“Mucha gente había venido a refugiarse dentro de la escuela. Los rusos pensaban que los soldados se escondían en la escuela, pero sólo había civiles”, explicó Koshmak.
“Sin piedad”
Entre los escombros, detrás del edificio destrozado se encuentra un paracaídas parcialmente quemado, uno de los que debieron utilizarse para lanzar las bombas.
Más allá, en un tramo de la carretera, una batería aérea móvil de doble cañón, posible blanco de los ataques rusos, está completamente calcinada.
Frente a una habitación destruida en la planta baja, Koshmak, abrumado, contempla los escombros de la escuela en la que pasó nueve años.
“Es terrible, no hay piedad para nadie ni para nada”, lamenta.
Más al sur, otro pueblo, Shevchenkove, parece prácticamente abandonado.
Único de los 25 habitantes de su calle que se quedó, Ivan Bolyakov, de 25 años, con barba roja y gorra negra, hace guardia y alimenta a los perros de los vecinos.
“Hemos detenido a dos saqueadores en los últimos días. Tengo que vigilar lo que ocurre en mi pueblo”, dice, mientras el fuerte viento hace crujir los escombros aún adheridos a la casa de enfrente, recientemente golpeada por un ataque.
El alcalde de la localidad está desaparecido tras ser detenido por el ejército ruso durante una entrega de ayuda humanitaria en los alrededores, según la policía local.
Mikolaiv acoge cerca de 1,000 habitantes de los pueblos de los alrededores, aseguró en un video el alcalde de la ciudad, Oleksander Senkevich.
Mientras que la situación en la ciudad sigue siendo precaria, con varias alertas aéreas al día, la situación en estos pueblos “en la línea del frente es peor”, dijo, refiriéndose a los combates en la frontera de las regiones de Mikolaiv y Jersón.