El ruido de la artillería suena a lo lejos y las sirenas que avisan de los bombardeos son constantes, pero Anna Bondar espera pacientemente su turno para llevar agua potable a su casa, en Mykolaiv, en el sur de Ucrania.
Con su marido enfermo esta mujer de 79 años pasa entre dos y tres horas al día trayendo agua a su casa. “Estoy muy cansada”, confiesa.
Los viajes pueden ser aún más agotadores a medida que el verano se acerca en el sur de Ucrania y que las temperaturas aumentan.
Desde que los combates cerca del frente inutilizaron un acueducto en abril los habitantes van a pie, en coche o en bicicleta en busca de los camiones cisterna, en esta ciudad situada a pocos kilómetros de los territorios controlados por el ejército ruso.
La escasez de agua no es más que la enésima dificultad de una vida cotidiana totalmente trastornada desde la invasión rusa el 24 de febrero.
En esta ciudad de medio millón de habitantes antes de la guerra, y en otras partes de Ucrania, los coches hacen cola durante horas en las gasolineras, mientras que los ataques rusos bloquean las refinerías interrumpiendo el suministro en todo el país.
Numerosas tiendas y empresas permanecen cerradas y las clases escolares se hacen ahora solo en línea.
Numerosos problemas técnicos
Los oficiales militares de la ciudad estiman que todavía habrá que esperar “al menos un mes” antes de que se restablezca el acceso al agua del grifo.
“Estamos tratando de resolver el problema” lo antes posible, explica el capitán Dmytro Pletentchuk, de la administración militar regional de Mykolaiv.
“Se trata de un proceso que lleva tiempo, e implica resolver numerosos problemas técnicos, en particular para perforar pozos y tratar el agua”, detalla.
Mientras tanto, los habitantes se ven obligados a comprar agua embotellada, un gasto importante para aquellos que no tienen ingresos desde hace varios meses debido a la guerra.
“A veces vengo aquí cada dos días, a veces dos veces por día”, cuenta Viktor Odnoutov, un jubilado de 69 años. “Es desalentador, tanto moral como físicamente. Gracias a Dios, puedo transportar unos 20 litros. Pero cuando me duele la espalda, no puedo cargar ni una botella de cinco”, comenta.
Volodimyr Pobedinski, de 82 años, afirma que a menudo sale solo para ir a buscar agua, que utiliza principalmente para preparar “borchtch”, la sopa ucraniana típica a base de remolacha.
“No le temo al calor. Mi cuerpo está acostumbrado”, asegura. Y si bien admite que descubrir que todavía es capaz de transportar agua fue una agradable sorpresa, ver tropas cruzar la frontera ucraniana es un verdadero choque para este nativo de Rusia.
“Me entristece mucho”, cuenta, recordando los numerosos viajes que él y su esposa hacían antes para visitar a familiares y amigos en Rusia. “Ayudábamos a nuestros padres y cuidábamos su jardín. Pero ahora ni siquiera podemos ir allí y ocuparnos de sus tumbas”, lamenta.