El 8 de marzo, casi dos semanas después de que Rusia invadió Ucrania, Taisiia Mokrozub tomó a su pequeño hijo, se despidió de su esposo e inició su éxodo rumbo a la seguridad en Polonia. Creía que la guerra terminaría pronto y que en mayo estaría de regreso en casa.
Pero medio año después, con ataques de artillería cerca de una nucleoeléctrica ubicada en su ciudad de origen, Zaporiyia, y con el frente de batalla cerca, su esposo de 36 años le insiste en que permanezca en Polonia junto a su bebé, que ya cumplió los 11 meses. Ahora, Mokrozub sueña con volver a casa antes de la llegada del invierno, con la esperanza de que, para entonces, Ucrania se haya impuesto ante la invasión rusa.
A dos días de cumplir seis meses de conflicto, cientos de miles de refugiados ya han regresado a Ucrania. Pero muchos otros comienzan a darse cuenta de que no volverán pronto a casa, y eso si es que sus casas aún existen. Debido a que siguen cayendo misiles lejos del frente de batalla, muchos aún no se sienten seguros, ni siquiera en zonas controladas por Ucrania.
Así que se están tomando su tiempo, esperando a que concluya una guerra que no ha dado muestras de terminar pronto, añorando estar en casa y rehusándose a pensar muy a futuro.
Con el inicio del año académico a la vuelta de la esquina, algunos están inscribiendo a regañadientes a sus hijos en escuelas del extranjero, preocupados de que se rezaguen. Otros aceptan trabajos que están muy por debajo de sus habilidades. Debido a que la mayoría de los refugiados son mujeres, algunas con hijos muy pequeños como en el caso de Mokrozub, a menudo no pueden trabajar.
“Me parece que, no sólo para mí, sino para todos los ucranianos, el tiempo se ha detenido”, dijo. “Todos vivimos en una especie de limbo”.
La invasión rusa ha creado la mayor crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La agencia de refugiados de Naciones Unidas dijo que una tercera parte de la población ucraniana ha abandonado sus hogares, con 6,6 millones de desplazados internamente y otros 6,6 millones a distintos puntos del continente.
Las naciones europeas los han acogido sin las repercusiones políticas que se vieron con las llegadas de refugiados de Medio Oriente y África en los últimos años.
Polonia ha recibido a la mayor cantidad de ucranianos, con cerca de 1,5 millones que se registraron para obtener números de identificación nacional que les otorgan el derecho a recibir prestaciones sociales. Alemania. que no requiere visas para los ucranianos, ha recibido a más de 900,000, aunque se desconoce cuántos de ellos han regresado a su país o se han trasladado a otros países.
Varsovia tiene actualmente 180,000 refugiados ucranianos, una décima parte de los 1,8 millones de habitantes de la capital.
Es normal escuchar por las calles a personas hablando en ucraniano y ruso, que también se habla en Ucrania, y algunas tiendas ahora han comenzado a vender comida ucraniana, por lo que los recién llegados se han integrado sin muchas dificultades, pasando casi desapercibidos.
Para muchos refugiados, el idioma y la cultura polaca es algo conocido y reconfortante. La cercanía del país con Ucrania les ofrece la posibilidad de realizar cortos viajes para visitar a sus esposos o padres, quienes tienen prohibido salir del país debido a la situación bélica.
“No queríamos alejarnos mucho”, dijo Galina Inyutina, de 42 años, originaria de Dnipro y quien llegó a Polonia a principios de mayo junto con su hijo de 11 años. Extrañan mucho sus bosques y paisajes. Y la comida.
“Mamá, si nos vamos más lejos entonces nos tomará más tiempo regresar a casa”, le dijo su hijo.
La llegada de tantas personas ha agravado la crisis de vivienda en Varsovia, en donde los precios del alquiler se han disparado un 30% en el último año, así como en otras ciudades que han atraído a un gran número de refugiados.
En los primeros días del conflicto, cientos de miles de familias polacas les abrieron sus puertas a los ucranianos, por lo general, completos desconocidos. Gracias a esa hospitalidad, nunca hubo la necesidad de instalar campamentos para refugiados, señaló Oksana Pestrykova, administradora de un centro de asesoría en la Casa de Ucrania en Varsovia, un centro social para inmigrantes.
Pero lo que se suponía que serían estadías breves se han prolongado, y ahora los polacos llaman constantemente al teléfono de atención del centro para pedir que personas que hablan ucraniano les digan a sus invitados que es momento de irse.
“La hospitalidad se está acabando”, dijo Pestrykova. “Lo entendemos y es algo que estábamos esperando”.
Algunas corporaciones están ayudando.
La compañía tecnológica global Siemens transformó espacios de oficina en Polonia para crear alojamiento para casi 160 personas, espacio que es administrado por el gobierno de la ciudad de Varsovia. El lugar está limpio, y los alimentos y servicios de lavandería son gratuitos.
Ludmila Fedotova, de 52 años, oriunda de Zaporiyia, es una de las personas que viven en ese lugar. Está aterrada por lo que está sucediendo en su país, pero al menos puede relajarse sabiendo que tiene techo y comida en lo que encuentra empleo.
Aunque probablemente no haya albergue para todos los recién llegados, hay empleo más que suficiente en una economía que ha prosperado en la era poscomunista. Los migrantes ucranianos que llegaron a Polonia en los últimos años son algunos de los que están ofreciendo trabajo y albergue a los recién llegados.
Oleh Yarovyi, originario de Khmelnytskyi, en Ucrania occidental, llegó a Polonia hace seis años y ha creado una cadena de cafeterías al lado de su esposa. A medida que se expanden, Yarovyi ha perdido a algunos de los hombres ucranianos que le ayudaban en la construcción, quienes regresaron a su país para unirse a la guerra. Sin embargo, ha podido contratar a mujeres ucranianas que pueden aprovechar el idioma en un empleo que, esperan, sea temporal.
“La mitad de ellas planean regresar, así que ni siquiera intentan aprender polaco”, comentó Yarovyi. “Sólo buscan un trabajo fácil sin complicaciones adicionales”.
Tetiana Bilous, de 46 años, quien administraba un negocio de alquiler de apartamentos de corta estancia en Vinnytsia, Ucrania, trabaja actualmente en una de las cocinas de Yarovyi. Salió del país dos días después de que comenzó la guerra y se fue con su hija adulta que ya vivía en Varsovia. Extrañaba a su esposo y volvió a casa para una visita de dos semanas, pero los bombardeos y las sirenas antiaéreas la aterraban.
Bilous sigue indecisa sobre su próximo paso: “Todo es incierto”, explica.
Más al oeste, en Schwerin, Alemania, Marina Galla, una maestra en ciencias computacionales que salió de Mariúpol junto con su hijo de 13 años a finales de marzo, ha encontrado ayuda y estabilidad. El mes pasado se mudaron a un pequeño apartamento luego de su largo escape que los llevó por Polonia y Berlín.
No tiene que lidiar con los horrores y las carencias de las que escapó: De los cuerpos en las calles, de tener que tomar nieve derretida ante la falta de agua corriente.
Sin embargo, la tristeza la agobia al pensar en sus familiares que se quedaron en Ucrania.
En la mochila que ha cargado todos los días desde que salió de Mariúpol, Galla conserva una nota escrita a mano en la que aparece la información de contacto de su madre, su padre y su abuela. La escribió en caso de que muriera durante la guerra, e incluso en la seguridad que le ofrece Schwerin, no sale de su casa sin ella.
En sus primeros meses en Alemania, su hijo se mensajeaba con muchos de sus amigos en casa, pero ya casi no habla con ellos y le ha dejado de preguntar cuándo es que volverán a Ucrania.
“Probablemente entiende que no podremos volver”, dijo Galla.