Vladimir Putin y Donald Trump
Vladimir Putin y Donald Trump

En comentarios en el marco de su audiencia de confirmación, Mike Pompeo, nominado por el presidente para secretario de Estado, dijo que la "política blanda" hacia Rusia "ahora se ha terminado". Lo interesante es lo que quiere decir con" ahora".

Un falso discurso que está surgiendo en Estados Unidos sostiene que Trump ha adoptado una posición dura hacia Rusia solo en el último tiempo. Una mirada a la larga cronología de la hostilidad de su administración hacia la Rusia de Vladimir Putin debería disipar esa creencia.

Esto incluye los nombramientos iniciales de funcionarios con posturas duras hacia Rusia como la representante ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, y el director de la Agencia Central de Inteligencia, Pompeo; el primer ataque con misiles de EE.UU. contra el aliado de Putin, la instalación militar del presidente sirio, Bashar Al-Assad, en abril de 2017; el cierre abrupto de tres instalaciones diplomáticas rusas en EE.UU. a fines de agosto (que Rusia describió con precisión como "abiertamente hostil"); la decisión de enviar armas letales a Ucrania en diciembre; y un contraataque mortal contra un grupo de mercenarios rusos en Siria en febrero.

Una columna publicada el miércoles por Glenn Greenwald, de The Intercept, quien, al igual que yo, desde hace mucho tiempo no está de acuerdo con la narrativa "Trump es una marioneta rusa", contiene una lista ligeramente diferente de las acciones anti-Kremlin de la administración Trump.

Trump puede sonar cambiante sobre Putin y Rusia en tuits, tal como lo hizo en el transcurso de un día, el miércoles, primero amenazando a Rusia con misiles "bonitos, nuevos e ‘inteligentes’" y luego diciendo que "no hay razón" para que la relación entre EE.UU. y Rusia sea tan mala. Pero los estadounidenses deberían estar acostumbrados al bajo valor que Trump le da al significado de las palabras. Él, al igual que muchos usuarios habituales de las redes sociales, emplea el lenguaje para comunicar emociones en lugar de mensajes precisos.

El tuit de los misiles dice "Estoy enojado" y los tuits aparentemente conciliadores dicen "Estoy frustrado". Lo que importa con Trump son las acciones o, más bien, las transacciones. Y en ese nivel, no ha sido un presidente pro-ruso desde el principio, como aparentemente pensaban aquellos que afirmaron sin evidencia que el Kremlin tenía algún tipo de influencia sobre Trump.

Las maniobras más recientes –como la expulsión de diplomáticos rusos de EE.UU. más grande de la historia tras el envenenamiento de un exagente ruso en el Reino Unido, las sanciones más severas jamás impuestas a un multimillonario ruso (el magnate del aluminio Oleg Deripaska), nuevos nombramientos antirrusos (Pompeo para la secretaría de Estado y John Bolton para ser asesor de seguridad nacional)– simplemente continúan con esa línea de acción, y constituyen una escalada, pero no un cambio de política.

Pompeo se refirió a "años de política suave" hacia Rusia bajo el presidente Obama, que terminaron con la elección de Trump. Y, en efecto, Obama ha rechazado directamente todas las acciones hostiles que Trump ha tomado, excepto los nombramientos, que solo llevaron a la frustración de los designados. El "ahora" de Pompeo es la propia presidencia de Trump.

El tenor anti-Kremlin de la presidencia de Trump a menudo se relaciona con la influencia del sistema político republicano, con el consejo de "hombres adultos" en la administración. Pero, como ha escrito mi colega de Bloomberg View Tim O’Brien, eminente experto en Trump, el presidente rara vez busca consejo o lo recibe si llega de forma voluntaria; su política rusa no ha sido impuesta desde afuera.

El presidente de EE.UU. quiere victorias reportables. Sin embargo, él no trabaja en silencio para obtenerlas; exige que le sean entregadas porque se lo deben a él como el hombre en la máxima posición de fortaleza. Trump parecía haber esperado un Putin más dócil desde que el comentario del presidente ruso sobre que Trump es un individuo "colorido" y "talentoso" fue mal traducido como "brillante". "Hasta ahora, hemos tenido un buen comienzo", comentó el candidato Trump en 2016. "Él dijo ’Trump es un genio’, ¿está bien?"

Putin, sin embargo, no ha proporcionado regalos ni victorias. Si alguna vez tuvo interés en la victoria de Trump, fue por los estragos que causaría en el mundo político de EE.UU. Él, de igual manera, siempre negocia desde una posición de fuerza, incluso cuando esta postura enmascara una debilidad. El hecho de que Tillerson eligiera jugar su propio juego de confrontación debe haber contribuido a la decepción de Trump con su audaz experimento de personal.

Para Trump, los negocios y la política son un concurso de machos. Durante la campaña fue evidente que busca establecer su dominio masculino mediante la condescendencia de sus oponentes, dándoles apodos insultantes y comentando sus presuntas carencias varoniles. Ha hecho lo mismo con Kim Jong Un en Corea del Norte, y lo está haciendo con Putin también. "Rusia necesita que ayudemos con su economía, algo que sería muy fácil de hacer", comentó en Twitter el miércoles, una frase calculada para ofender.

El machismo de Trump encaja bien con la tradicional hostilidad hacia Rusia de los republicanos. El partido no está arrastrando a Trump a regañadientes. Tampoco es la investigación sobre colusión del fiscal especial Robert Mueller (que, hasta el momento, no ha descubierto ningún rastro de colusión) lo que hace que Trump actúe hacia Rusia con esa firmeza: él sabe que no puede hacer que Mueller desaparezca bombardeando a Siria o expulsando a diplomáticos. Trump está dispuesto a demostrar que él, no Putin, es el gorila de las 800 libras, el macho alfa.

La lógica de una confrontación de machos es que se intensifica hasta llegar a una pelea a menos que uno de los lados retroceda. Putin, sin embargo, tiene talento para extender conflictos que no puede ganar directamente. Utilizará las hostilidades para evitar ser tratado como un presidente incapacitado en lo que, constitucionalmente, es su último mandato y para promover su antiguo sueño de recuperar el capital ruso exportado hacia el país. La ventaja de Putin es que superará automáticamente a Trump si el presidente no es reelecto en el 2020.

Más que nunca desde el colapso de la Unión Soviética, EE. UU. y Rusia deben establecer los límites de su compromiso hostil. El enconado conflicto machista asegurará que las dos naciones se enfrenten una y otra vez. Una gran prueba para demostrar que hay hombres adultos en los centros de mando tanto de Washington como de Moscú es si cualquier acción estadounidense o de los aliados contra Assad es coordinada con Rusia a nivel militar, como sucedió con el ataque con misiles del año pasado. Ojalá que así sea.

Por Leonid Bershidski

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.