El dalái lama huyó de Tíbet hace 60 años para refugiarse en India.
El dalái lama huyó de Tíbet hace 60 años para refugiarse en India.

Sesenta años después de la huida del dalái lama, icono internacional y premio nobel de la Paz, la causa tibetana pierde fuelle, asfixiada por el paso del tiempo y la emergencia de China como superpotencia mundial.

En el Tíbet mismo el gobierno chino eliminó cualquier oposición organizada. Y en el extranjero, por temor a represalias comerciales, los dirigentes cada vez aparecen menos en público junto al líder budista, cuya imagen sigue siendo ampliamente positiva.

"La suerte del Tíbet está en manos del Estado chino. Los tibetanos fuera de la región no tienen una verdadera influencia sobre la suerte del Tíbet, ni siquiera el dalái lama", declara Nathan Hill, tibetólogo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de Londres.

En el 2007, el líder religioso declaró que su tierra natal vivía "su época más oscura en 2,000 años". Al año siguiente, pocos meses antes de los Juegos de Pekín, manifestaciones y disturbios mortíferos sacudieron la capital tibetana, Lhasa.

"Hoy ya no se ven manifestaciones así", señala Kate Saunders, de la asociación estadounidenses Campaña Internacional por el Tíbet. Lo explica por dos razones: la adhesión de los tibetanos a la no violencia que predica el dalái lama y la vigilancia masiva de las autoridades.

El líder espiritual tibetano reivindica una mayor autonomía para el Tíbet -ya no la independencia- pero las negociaciones entre sus emisarios y Pekín están en un punto muerto desde el 2010. Los críticos acusan a China de ganar tiempo con la esperanza de que la muerte del anciano dirigente atenúe la presión internacional.

"Estado policial"
Por temor a que el gobierno chino se apropie de la designación de su sucesor, el 14º dalái lama, de 83 años, da a entender a menudo que la dinastía podría morir con él.

Pekín ya ha manifestado su intención de intervenir en el proceso de selección de los altos dirigentes del budismo tibetano.

Si el dalái lama sigue siendo un popular orador, ha reducido sus desplazamientos internacionales y no ha vuelto a reunirse con dirigentes extranjeros desde el 2016.

"Está claro que el entusiasmo que los occidentales se manifestaron por el Tíbet en los años 1980 y las décadas siguientes se ha reducido fuertemente", estima Katia Buffetrille, etnóloga y tibetóloga en la Escuela Práctica de Altos Estudios (EPHE) de París.

Incluso India, que ofrece asilo al dalái lama desde 1959, no es al parecer tan acogedora como antes. Según la prensa india, el gobierno anima a los funcionarios a no mostrarse a su lado, por temor a indignar a Pekín.

Y mientras la campaña en el extranjero desfallece, los tibetanos de China luchan por mantener sus tradiciones.

"Viven en un Estado policial totalitario. Si cuestionan las restricciones, sufren las consecuencias", declara Gray Tuttle, profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York.

Al menos 150 tibetanos se inmolaron con fuego desde 2009 en señal de protesta contra Pekín, y la mayoría de ellos murieron. Pero la frecuencia de estos actos desesperados está en baja.

Efecto Xinjiang
Pekín rechaza las críticas internacionales y subraya que aportó desarrollo económico al Tíbet y dio a los tibetanos libertades desconocidas bajo el antiguo régimen teocrático de los dalái lama.

La situación de los uigures musulmanes, algunos de los cuales sufren en la región china de Xinjiang (noroeste) medidas de internamiento en aras de la lucha contra la radicalización islamista, también contribuyó a desviar la atención internacional.

En una clara señal de esta tendencia, la principal encargada de las cuestiones de derechos humanos en el gobierno alemán, Bärbel Kofler, se vio denegada el año pasado una solicitud para visitar Xinjiang, pero fue conducida sin problemas al Tíbet, donde los periodistas extranjeros todavía no pueden viajar libremente.

Muchos habitantes del Tíbet acusan a Pekín de querer restringir su práctica religiosa o diluir su cultura, pero el desarrollo económico es tal que invita a algunos tibetanos de la diáspora a regresar.

"China es una economía que funciona muy bien. Por tanto los tibetanos, como todos los ciudadanos chinos, se benefician", estima Francoise Robin, profesora de lengua y literatura tibetanas en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (Inalco) en París.

"China es un país en ascenso. A menudo, para que haya rebelión o movimiento de masas se necesita también una desesperación económica".

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