El 7 de febrero, los ecuatorianos iniciaron un ajetreado año político en América Latina: Chile, Haití, Honduras, Nicaragua y Perú realizarán comicios generales. Chile también elegirá una Asamblea Constitucional, mientras que Argentina, El Salvador y México tendrán votaciones legislativas y regionales.
Es un grupo diverso. Chile es una democracia madura, Ecuador y Perú son más tumultuosas, y Haití es disfuncional. El autócrata de Nicaragua, Daniel Ortega, la ha erradicado, y en El Salvador, Nayib Bukele, estaría haciendo lo mismo. Chile y Perú han administrado bien sus economías, Argentina y Ecuador declararon sus deudas en default hace poco.
Pero hay factores comunes: corrupción, inequidad, pésimos servicios públicos y alzas de precios provocaron protestas masivas el 2019 y el 2020 en Chile, Ecuador, Haití y Perú. La pandemia silenció las calles, pero intensificó el estrés. Las economías se contrajeron y la pobreza aumentó, y se espera que la recuperación sea lenta. Los partidos políticos son débiles y están desacreditados en casi todos lados.
En América Central, las elecciones pondrán bajo tensión la democracia, en Sudamérica, probablemente la reafirmen, aunque hay preocupación sobre Ecuador. Los resultados de las votaciones son más misteriosos de lo usual. Hay una plétora de candidatos presidenciales y un inquietante número tiene antecedentes penales. En Perú hay 17 aspirantes y en Chile, donde dos personas se han alternado la presidencia desde el 2006, la competencia está abierta.
Acechando los comicios en Ecuador está Rafael Correa, el autoritario presidente de izquierda del 2007 al 2017, que el año pasado fue sentenciado in absentia por corrupción. Es su segundo intento de instalar un títere. El actual mandatario, Lenín Moreno, lo decepcionó pues abandonó sus políticas económicas populistas. Correa respalda a Andrés Arauz, un economista poco conocido que ha dicho que el expresidente será su principal asesor. El candidato alarma a los empresarios; por ejemplo, ha cuestionado el uso del dólar como divisa en el país.
Los peruanos enfrentan mayor incertidumbre. El presidente Francisco Sagasti es el cuarto desde marzo del 2018. Sus tres predecesores fueron defenestrados por escándalos o protestas. Perú necesita estabilidad, pero parece poco probable que los candidatos la brinden. El líder en las encuestas es George Forsyth, exfutbolista y exalcalde. Su principal tema de campaña es la corrupción, pero mostró su inexperiencia al proponer que los casos de soborno sean decididos por jurados “como en las películas”, lo que requeriría una transformación del sistema judicial.
El 12% de intención de voto para Forsyth deja espacio para rivales como Keiko Fujimori, hija de un expresidente encarcelado por crímenes de lesa humanidad, ha estado en prisión preventiva mientras los fiscales la investigaban por corrupción, y Daniel Urresti, un nacionalista, enjuiciado por el asesinato del periodista Hugo Bustíos, en 1988. Entre los aspirantes con pasados menos accidentados figuran Verónika Mendoza, la abanderada de la izquierda, y Hernando de Soto, un economista que defiende el fortalecimiento de los derechos de propiedad como medio para reducir la pobreza.
El entorno electoral en Chile es menos pintoresco. Es probable que se estreche luego de las primarias de julio. Los favoritos son alcaldes de distritos de Santiago en extremos opuestos: el derechista Joaquín Lavín y el comunista Daniel Jadue. Paula Narváez, vocera del Gobierno socialista de 2014-2018, probablemente sea la candidata de centroizquierda.
En abril, los chilenos votarán, por primera vez, por gobernadores regionales y por miembros de una Asamblea Constitucional. La moderada cultura política chilena y la necesidad de concertar en dicha asamblea, empujarán a los candidatos presidenciales al centro, señala Kenneth Bunker, de la plataforma de análisis político Tresquintos.
América Central preocupa más. Ortega, aunque impopular en su país, no va a ceder. En El Salvador, una victoria del partido de Bukele en las elecciones legislativas reforzará su poder. En Honduras, los favoritos para suceder a Juan Orlando Hernández, cuya reelección el 2017 es ampliamente considerada irregular, ofrecen pocas expectativas de mejoras. Es probable que respalde al alcalde de Tegucigalpa, Nasry Asfura, que en octubre fue acusado por malversar US$ 1 millón de la ciudad. Yani Rosenthal, quien podría candidatear por la oposición, estuvo preso en Estados Unidos hasta agosto por lavado de dinero.
Sin embargo, en medio de este revoltijo hay motivos de esperanza. Fuera de América Central, hay pocos autócratas en ciernes. Las elecciones canalizan el descontento, algo que es mejor que las protestas violentas. Y ofrecen una “especie de válvula de escape”, señala Christopher Sabatini, del centro de investigación Chatham House, en Londres. Pero los enormes problemas esperan a los ganadores. Las lunas de miel serán cortas.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021