El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, es un anciano con prisas. Este hombre de 78 años ―que ve su sensacional regreso al poder después de más de un año en prisión como una reivindicación de su lugar especial en la historia de Brasil― se enfrenta a un gran año.
Brasil encabezará el Grupo de los 20 y será el anfitrión de una serie de reuniones de alto nivel para las naciones más importantes del mundo que culminarán en noviembre en una cumbre de líderes en Río de Janeiro.
Es una oportunidad no solo para defender su pretensión de liderar el Sur Global ―una voz para aquellas naciones que buscan permanecer equidistantes de las grandes potencias― sino también para mostrar su “Lulanomics”, la combinación de gasto populista y dirigismo que ha perseguido desde que asumió el poder.
Sin embargo, hay una nube en el horizonte que bien podría arruinar sus planes. Brasil puede estar en camino a convertirse en la novena economía más grande del mundo, pero también enfrenta un empeoramiento de su posición fiscal, algo que Lula no parece demasiado interesado en abordar. Ese error pone en riesgo no solo el potencial de crecimiento del país, sino también el proyecto político más amplio del presidente a nivel nacional y mundial.
Comencemos con las cifras: el Gobierno central de Brasil registró un déficit primario de 230,500 millones de reales (o casi US$ 47,000 millones) en 2023, según datos publicados esta semana, en comparación con un superávit de 46,400 millones de reales registrado el año anterior. Si bien el resultado estuvo fuertemente influenciado por las decisiones de gasto heredadas de la Administración de su predecesor, Jair Bolsonaro, una vez que se descuentan esos factores todavía muestra un déficit primario (es decir, excluidos los pagos de intereses) del 1.3% del producto bruto interno.
La cifra ejerce una presión adicional sobre la promesa del ministro de Hacienda, Fernando Haddad, de lograr un déficit fiscal primario cero este año. Los analistas e inversionistas ya están convencidos de que no logrará ese objetivo. Mi colega de Bloomberg Economics Adriana Dupita estima un déficit de entre medio y un punto porcentual del PBI.
Y cuando se considera el déficit total, la brecha esperada para 2024 alcanza la enorme cifra del 6.8% del PBI. Eso deja a Haddad sin grandes opciones a menos que Brasil repita el sorprendente crecimiento económico de más del 3% del año pasado (el Fondo Monetario Internacional proyecta un crecimiento del 1.7% en 2024).
Lula ha sido desdeñoso con todo esto y dijo en octubre que no recortaría el gasto en lo que considera proyectos prioritarios para alcanzar un objetivo de déficit cero que “el país no necesita”.
Durante meses ha estado oscilando entre respaldar a Haddad y apaciguar a su Partido de los Trabajadores, que en su mayoría rechaza la austeridad. Me imagino que Lula —que nunca tuvo reparos en sus grandes planes para el país— no quiere perder ni un segundo en minucias fiscales, particularmente en un año electoral en el que se elegirán más de 5.500 alcaldes, incluido el distrito clave de São Paulo.
La visión económica de Lula en su tercer mandato presidencial no ha cambiado mucho desde 2003-2010, los años en los que era una estrella política mundial. Todavía favorece el activismo estatal, el gran gasto social y en infraestructura, y la interferencia en el sector privado.
La semana pasada anunció un plan de 300,000 millones de reales denominado “Nueva Industria Brasil” para reactivar sectores como la salud, la defensa, la agroindustria y la transformación digital con créditos baratos del banco nacional de desarrollo BNDES, su herramienta preferida para formar líderes nacionales. También intentó sin éxito poner a un viejo aliado a liderar el gigante minero Vale SA.
Hasta ahora, los inversionistas no parecen demasiado preocupados. Sin embargo, como nos recuerda la presidencia de Dilma Rousseff, exprotegida de Lula, la pérdida de credibilidad fiscal puede costar muy cara a los Gobiernos de los mercados emergentes (Rousseff fue acusada constitucionalmente en agosto de 2016 por eludir al Congreso para financiar el gasto público).
Como dice Dupita, el riesgo de enviar señales fiscales vagas a lo largo del año es que perjudica el crecimiento y aumenta los costos de la deuda de Brasil, lo que a su vez debilita aún más la posición fiscal y hace que sea menos probable que el banco central recorte las tasas de interés.
“Lula está generando un ruido que empeora las posibilidades de lograr no solo el objetivo fiscal sino también el crecimiento económico que quiere impulsar”, afirmó. “Está desempoderando a Haddad”.
Como sostuve en junio, los economistas han sido demasiado pesimistas acerca de Brasil, un país que lideró una revolución agrícola que produjo cifras comerciales récord y realizó mejoras en áreas que van desde los mercados de capital más profundos hasta la adopción de tecnología. En lo que respecta a las políticas, el Congreso ha aprobado proyectos de ley que alguna vez se consideraron impensables, incluidas reformas laborales, de pensiones y tributarias.
El banco central reaccionó rápida y profesionalmente al aumento de la inflación posterior a la pandemia, y ahora las alzas de precios se encuentran nuevamente dentro de su rango meta. Brasil tiene más de US$ 350,000 millones en reservas internacionales y la mayor parte de su deuda está en moneda local y vence en el mediano plazo. Todas estas son buenas razones para seguir siendo optimistas acerca de la economía más grande de América Latina.
Pero los problemas fiscales de Brasil no son nuevos y no pueden posponerse para siempre, particularmente ahora que el bono demográfico del país está alcanzando su punto máximo. El Gobierno propuso un camino para corregir el desequilibrio y registrar un superávit primario del 1% para 2026. Sería perjudicial para su reputación incumplir su propio objetivo desde el principio.
Para evitar eso, Lula haría bien en adoptar un enfoque más firme hacia el problema fiscal y trabajar con el Congreso para resolverlo. Eso fortalecería su Gobierno ―y no al contrario―, ya que mejorar las expectativas y eliminar una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la economía fomentaría la inversión. ¿Alguien duda de que “uno de los políticos más populares de la Tierra” (como lo llamó una vez Barack Obama) tenga las habilidades para vender esa estrategia a los votantes brasileños?
Por Juan Pablo Spinetto
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