Andrés Manuel López Obrador es un político seductor. Entre 2000 y 2005, solía seducirme a mí y a toda la población de México diariamente a las 6 a.m.
El presidente electo de México era entonces el alcalde de Ciudad de México, posiblemente el segundo cargo más poderoso del país, y le dio el púlpito perfecto para mostrar al resto de la cansada clase política de México cómo hacer política.
Una de las principales innovaciones fue la conferencia de prensa de las 6 de la mañana. Realizaba una todos los días sin falta, mucho antes de que el resto del país se despertara. El truco era irresistible. Ahí estaba, ya trabajando duro, poniéndose a disposición de la prensa antes de proseguir con los asuntos del pueblo.
El truco funcionó. Cualquiera que fuera la noticia, siempre había una cita oportuna del alcalde en las primeras transmisiones del día. En términos prácticos y sencillos, él fijaba la agenda de la nación. Los presionados redactores de titulares empezaron a referirse a él por sus iniciales, AMLO, y así quedó.
Los reporteros de la prensa matutina se sentían parte de un club especial y pronto sucumbieron al encanto de AMLO. Un editor de noticias me dijo que tenía que reemplazar a su reportero encargado de cubrir a AMLO prácticamente todos los meses, ya que todos se convertían en verdaderos creyentes.
Estaba claro que AMLO quería ser presidente, que tenía una gran oportunidad de ganar el premio y que el establishment de México encontraba esto aterrador.
El sábado, más de una década después de dejar el cargo de alcalde, AMLO finalmente recibirá la banda presidencial. Ya fue recibido por una ola de hostilidad de los inversores internacionales.
El peso ha caído a su menor nivel en la historia, las acciones mexicanas están en su punto más bajo en nueve años y las agencias calificadoras han advertido al país sobre una posible rebaja. Por su parte, los inversores recibieron la elección presidencial de Jair Bolsonaro, un político que utiliza un discurso neofascista y que nunca ha ocupado un cargo ejecutivo, con un repunte.
El pesimismo es excesivo. En el peor de los casos, podría ser contraproducente y forzar a AMLO a adoptar exactamente el comportamiento que los extranjeros quieren que evite. Los mexicanos están acostumbrados a sentirse victimizados por los mercados internacionales de capital, que en la actualidad sólo ven las muy buenas razones para preocuparse por AMLO, y no las razones para tener esperanzas.
Después de cuatro años observándolo como reportero en Ciudad de México, estos son los aspectos más destacados que plantearía sobre el hombre que fue mi alcalde:
Es un pragmático –no se puede sobrevivir más de cinco años dirigiendo la ciudad más grande de Norteamérica sin ser práctico. Ciudad de México tiene muchos problemas, pero era un lugar más limpio, rico y seguro cuando se fue que cuando llegó. Puede lograr acuerdos cuando sea necesario. En particular, la revitalización del glorioso centro histórico colonial de Ciudad de México comenzó como una asociación entre Carlos Slim, el hombre más rico de México; AMLO; y el presidente Vicente Fox, un conservador.
El alcalde incluso contrató a Rudy Giuliani, su ex homólogo de la ciudad de Nueva York, como consultor en materia de delincuencia. Es un gerente correcto que inspira una lealtad ciega, pero no es bueno en delegar. Sus oficinas de la ciudad eran espartanas, y él y los que lo rodeaban trabajaban muchas horas. Como alcalde, llegaba a trabajar en un coche pequeño y redujo su salario, un acto que pretende repetir con los funcionarios públicos. Al mismo tiempo, había corrupción.
Por ejemplo, su director financiero fue captado por las cámaras cuando apostaba grandes sumas en un casino de Las Vegas, y posteriormente pasó más de dos años en prisión por lavado de dinero. Pero ningún periodista ha descubierto aún pruebas de que AMLO se haya enriquecido alguna vez.
Carece de imaginación, pero no de ingenio. Como alcalde, logró manipular los presupuestos lo suficiente como para crear "pensiones" o pagos de beneficios sociales, lo que lo hizo enormemente popular. Ideológicamente, es un verdadero creyente.
Tiene una clara visión izquierdista del mundo y considera que tótems como el control estatal de la compañía petrolera nacional de México, Pemex, están fuera de toda negociación. Su populismo puede convertirse en un absurdo. Como alcalde, celebró referendos sobre temas como si la ciudad debería poner fin al horario de verano.
A veces lo absurdo puede parecer directamente peligroso, como ocurrió con su negativa a aceptar la derrota en las elecciones presidenciales de 2006, cuando se declaró a sí mismo presidente "legítimo" y acampó en la plaza principal de Ciudad de México.
Y, por supuesto, en su decisión del mes pasado de cancelar la construcción de un nuevo aeropuerto de Ciudad de México basándose en una estrecha "consulta" organizada por su propio partido. También es uno de los hombres con menor curiosidad por salir del país que ha dirigido México, y admite con orgullo que no habla inglés.
Lo más importante de todo es que es un muy buen político, que combina un conocimiento de la política minorista del calibre de Bill Clinton con la capacidad del calibre de Ronald Reagan de apelar a los votantes pasando por sobre el Congreso. Esto, al igual que su ideología izquierdista, es lo que asusta a las élites gobernantes. México ha sufrido una larga seguidilla de presidentes ineficaces, hombres que no han podido superar los engorrosos controles y contrapesos de la constitución, y dejaron el cargo con la marca del fracaso. AMLO, con un talento político poco común y lo que parece una mayoría viable en el Congreso, amenaza por fin con hacer algo.
Esto podría ser positivo. Después de décadas a la deriva, México necesita desesperadamente una dirección clara. El riesgo, que es real, es que lleve a México en la dirección equivocada.El manejo del aeropuerto por parte del presidente electo, que ya había obtenido bonos de inversionistas internacionales, fue una señal espantosa para el resto del mundo. Pero pareció más positiva en casa. El tema ha sido controvertido durante décadas.
El 2002, un plan para construir un aeropuerto en el mismo lugar fue cancelado luego que los campesinos que habrían sido desplazados secuestraron al alcalde local y lo amenazaron con machetes. Muchos mexicanos ven el proyecto como un despilfarro innecesario, y podemos esperar que la decisión de AMLO de deshacerse de él rápidamente le haya valido un importante capital político para utilizarlo más tarde.
AMLO todavía necesita capital internacional, y lo sabe. También necesita un presupuesto viable, y la salida de flujos del mercado ya ha reducido drásticamente su libertad de acción. Si las cosas van mal, ahora está en las condiciones perfectas situado para desplegar el manual populista y culpar a los extranjeros. Una potencia vecina que está disparando gas lacrimógeno en la frontera y llamando a los mexicanos violadores también le ayudará a hacerlo.
La venta masiva del mercado ha sido un eficaz disparo de advertencia. Por ahora, es momento de que todos en México y más allá den a AMLO una bienvenida cauta, y el beneficio de la duda.
Por John Authers
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