Por Lionel Laurent
Hace solo unos días, las autoridades europeas se sentían bastante bien acerca de su posición unida con respecto a las tropas rusas en la frontera de Ucrania. Pero la silenciosa esperanza era que Moscú no los llevara al borde de tener que efectivamente cumplir su amenaza de sanciones.
Esta semana, cuando acabó todo el alboroto por los Juegos Olímpicos de Invierno de China, Rusia hizo exactamente eso, con la decisión de reconocer dos áreas separatistas en el este de Ucrania y enviar tropas.
Fue una calculada bofetada en el rostro en varios niveles. La reciente diplomacia del presidente francés, Emmanuel Macron, había conseguido varias “promesas” de Vladimir Putin, incluida una eventual retirada y un alto al fuego en las áreas en disputa. Ahora, eso aparentemente se evaporó.
Los acuerdos de Minsk del 2015, que habían convertido un acalorado conflicto en la región de Donbas en uno nominalmente congelado, también fueron destrozados por Moscú. Europa ahora intentará contener a ambos lados a través de un proceso diplomático que se ha estropeado.
Y las amenazas acumuladas por una concordancia de potencias occidentales, desde sanciones a Rusia hasta más apoyo a Ucrania, no han logrado disuadir a Putin de actuar para volver a dibujar las fronteras de un país en la zona entre la UE y el histórico “patio trasero” de Rusia.
Lo escalofriante es el poco tiempo que ha pasado desde la última vez que “llegó la guerra a Europa”. La anexión de Crimea en 2014 provocó una respuesta diplomática de la UE –actualmente, 185 personas y 48 entidades mantienen sanciones de la UE por amenazar la soberanía territorial y la independencia de Ucrania–, pero no cambió la realidad en terreno.
Tampoco redujo la dependencia de la UE de Rusia para el 40% de su gas. A lo largo de los años, ha persistido el deseo de sacar a Rusia del frío a través de lazos comerciales o una distensión geopolítica.
Pero esta vez, finalmente parece haberse roto algo. Conforme a un reciente sentido de unidad, la respuesta de Occidente a la última medida de Putin ha sido una rápida promesa de más sanciones. Alemania ha pedido que se detenga la certificación del gasoducto Nord Stream 2, mientras que el Reino Unido ha apuntado al sector bancario.
Pero Rusia seguirá poniendo a prueba esta resolución, apostando a que esos lazos comerciales existentes serán una ventaja para él en el juego de “divide y vencerás”.
Ya en segundo plano, están surgiendo grietas internas de la UE por las sanciones entre actores con posturas agresivas y moderadas. ¿Cuenta esto como una “invasión” o una “incursión”? ¿Es hora de imponer la “madre de todas las sanciones” en la terminología de Estados Unidos –que apunta a una serie de sectores, desde la banca hasta la tecnología– o el castigo más “dirigido” que están señalando los funcionarios en Bruselas? Si es esto último, que parece cada vez más probable, Putin no pagará el costo total de las represalias occidentales, en parte por diseño, pero también por interés propio.
La energía es el verdadero problema. El canciller alemán, Olaf Scholz, ha reconocido acertadamente que dejar que el gasoducto Nord Stream 2 funcione con normalidad en la situación actual sería inaceptable. Sin embargo, como ha señalado el grupo de expertos Bruegel, renunciar al suministro de gas ruso sin frenar la demanda parece imposible.
Investigadores del Banco Central Europeo estiman que un recorte de 10% en el suministro de gas reduciría el valor agregado bruto en la eurozona en cerca de un 0.7%. Hacer uso del “arma del gas” ha resultado favorecer a Moscú, ya que los crecientes precios de la energía han beneficiado las arcas nacionales.
Si Occidente tiene alguna posibilidad de aumentar el precio de la guerra para Rusia, los europeos deben esforzarse por alejarse del gas ruso. Eso podría incluir la diversificación hacia otras fuentes como la nuclear o la diversificación del suministro de gas y la creación de una reserva estratégica paneuropea.
Italia ha planteado la idea de excluir la energía de las sanciones, lo que iría en contra del llamado de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a abordar directamente la dependencia por parte de la UE de los suministros rusos. Una menor unidad se traduce en que cualquier sanción será menos efectiva y la capacidad de Putin para explotarlas será mayor.
Las sanciones por sí solas no son una respuesta al futuro a largo plazo de Ucrania, cuya ubicación junto a una forma potencialmente nueva de la Cortina de Hierro la han mantenido fuera de la OTAN y la UE y la han expuesto a un desmembramiento efectivo sin disuasión real.
Los acuerdos de Minsk solo congelaron una situación en la que Ucrania quiere la soberanía completa mientras que los separatistas quieren mantener su territorio. Pero, que la UE hable con una sola voz, mientras aborda la dependencia, sería un comienzo.