Latinoamérica ha perdido el 60% de los ecosistemas que poseía en 1970, cuando comenzaron a documentarse, “queda tan poco que es fundamental que entendamos que es un imperativo conservar lo que aún mantenemos”, han subrayado a EFE, Gerardo Ceballos y Rodolfo Dirzo, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología.
Dirzo (Cuernavaca, México, 1951) y Ceballos (Toluca, México, 1958), dos eminencias internacionales en el campo de la biología de la conservación, serán homenajeados mañana en Bilbao (norte de España) por su decisiva contribución al conocimiento de la sexta extinción de especies, y por aportar la base científica necesaria para declarar nuevos espacios protegidos.
Sus caminos personales y profesionales se cruzaron por primera vez en la Universidad de Gales (Reino Unido) en los años 70, cuando ambos empezaban a investigar en ecología básica, y siguieron fortaleciéndose a través del trabajo conjunto en las instituciones a las que cada uno de ellos siguen afiliados hoy: la universidad de Stanford (Dirzo) y la Autónoma de México (Ceballos).
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La evidente sintonía (y amistad) que les une proviene de la necesidad compartida de aplicar sus conocimientos a la conservación de la naturaleza, lo que se ha traducido en decenas de publicaciones conjuntas en las últimas décadas.
“Estamos enormemente orgullosos de este premio porque somos los primeros latinoamericanos que lo reciben, y porque viene a reconocer que nuestro campo de trabajo, la extinción de especies, es fundamental para garantizar la estabilidad de la vida en la Tierra”, arranca Ceballos.
Qué implica la extinción
Los investigadores han cuantificado y comparado las tasas de extinción de especies y de familias o linajes completos de flora y fauna, acuñando un concepto nuevo para este proceso: la defaunación.
Más allá de cifras, ¿Qué perdemos al quedarnos sin una especie? “Estamos erosionando la capacidad del planeta de mantener los servicios o beneficios que nos aporta: el agua potable, la calidad del aire, o la polinización que hace crecer los cultivos de los que nos alimentamos”, explica Dirzo.
“Perdemos también posibilidad de curar enfermedades, ya que el 75% de los compuestos de los medicamentos proviene de animales y plantas; y también algo menos visible: los valores culturales y psicológicos asociados a esa especie”, continua.
“Al margen de los servicios que nos aportan los ecosistemas, nosotros somos una especie más en ellos. Destruirlos es poner en riesgo nuestra propia vida y bienestar”, destaca.
Ambos biólogos han descrito bien a través de sus estudios el llamado ‘efecto cascada’ que se produce en un ecosistema cuando desaparece una especie, y cómo tras ella, cual castillo de naipes, acaban desmoronándose infinidad de ‘cartas’, muchas de ellas sin tan siquiera haber sido descubiertas en el caso de la biodiversidad.
Ceballos cita el ejemplo de una investigación reciente en México sobre los ejemplares de pájaro carpintero pico de marfil conservados en los museos (extinto en México), en la que se han hallado cantidad de pequeñas especies en las alas que desaparecieron con estos carpinteros sin haber sido descritas.
Lo que está por descubrir
En el planeta se han identificado aproximadamente 12 millones de especies, pero ambos investigadores han recalcado en sus artículos científicos que esta cifra es solo la punta del iceberg y habría cientos de millones de especies por descubrir.
“Por eso es tan alarmante que perdamos una superficie de arrecife de coral, un manglar, un pastizal... porque nos estamos quedando también sin una gran cantidad de especies que no habremos llegado siquiera a conocer”, incide Ceballos.
Con los modelos matemáticos actuales, los ecólogos estiman que, teniendo en cuenta los microorganismos, el planeta albergaría más de un trillón de especies diferentes, una cifra indicativa tanto del conocimiento pendiente como “de la incertidumbre asociada a las cifras reales de extinción”.
“Es una situación parecida a si tú vas a un banco a hacer un ingreso de dos mil euros, preguntaras las reservas que tienen y no te las saben decir”, apunta Ceballos.
Preguntados por cuáles son los ecosistemas del continente latinoamericano que más urge proteger ambos contestan que “todos”, porque “mantener lo que nos queda es lo mínimo que podemos hacer para darle una oportunidad a la biodiversidad y a nosotros mismos”.
La región posee, según recuerdan, una representación de todos los ecosistemas existentes en el planeta: selvas lluviosas, bosques atlánticos, manglares, o zonas semiáridas y áridas como el desierto de Atacama (Chile), donde sigue siendo un misterio que crezcan plantas en zonas donde nunca ha habido registros de lluvia, entre otros. “Lo fundamental es que entendamos que todo esto está realmente en peligro”, concluye Dirzo.
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