Por Andreas Kluth
La evidencia existe: al menos durante la primera ola del COVID-19, los países con mujeres en el liderazgo registraron tasas de mortalidad mucho más bajas que naciones comparables lideradas por hombres.
Esto no significa que la tendencia persista necesariamente en una segunda o tercera ola; tampoco implica que las mujeres también sean mejores líderes en lo que respecta a cualquier otra cosa que los Gobiernos hagan, desde reformar mercados laborales hasta librar guerras. Pero vale la pena reflexionar sobre ello.
Al hacerlo, por supuesto que es tentador descender al inframundo de los estereotipos de género y la caricatura individual. Donald Trump, presidente del país con más muertes por COVID-19, se ha comunicado con un machismo desinformado que ha provocado reacciones que van desde la conmoción hasta la sátira.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, el segundo país con más muertes por coronavirus, calificó la enfermedad como una “pequeña gripe”.
Por el contrario, Angela Merkel, canciller de Alemania, que, en general, ha manejado bien el brote, ha impresionado con explicaciones del factor epidemiológico R0 que se volvieron “virales” por su sobriedad y claridad.
Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, que registra solo 22 muertes por COVID-19 hasta la fecha, ha hablado con los neozelandeses a través de Facebook Live desde su casa de una manera informal e interactiva, pero también tranquilizadora y creíble.
Erna Solberg, primera ministra de Noruega, que reporta 264 muertes, les dijo a los niños de su país que “está bien tener miedo cuando suceden tantas cosas al mismo tiempo”, reconociendo la vulnerabilidad incluso mientras proyecta competencia.
Pero en un nuevo análisis global, Supriya Garikipati, de la Universidad de Liverpool, y Uma Kambhampati, de la Universidad de Reading, evitan limitarse a meras anécdotas. Utilizando datos hasta el 19 de mayo, combinaron los 19 países liderados por mujeres con sus “vecinos más cercanos” de acuerdo con una mezcla de factores como población, economía, igualdad de género, apertura a viajes, gastos de salud y proporción de personas mayores.
No pudieron incluir a Taiwán (7 muertes), que está gobernado por una mujer, pero no pertenece a las Naciones Unidas.
Su conclusión fue inequívoca: en promedio, los países liderados por mujeres registraron la mitad de las muertes por COVID-19 que las naciones gobernadas por hombres. Y en comparaciones individuales, a los países “femeninos” les fue mejor que a los “masculinos”. ¿Por qué?
Parte de la respuesta es que las mujeres líderes en general ordenaron medidas de confinamiento mucho antes, “aplanando las curvas” de sus brotes nacionales. Ardern, por ejemplo, denomina esta estrategia como “ser implacable y anticiparse”.
Acaba de entrar en otra cuarentena temporal después de que surgiera un nuevo grupo de casos tras 100 días sin contagio local. Pero eso solo plantea la pregunta de por qué las mujeres tienden a tomar esa difícil decisión mucho más rápido que los hombres.
En el liderazgo, el carácter individual y el talento seguramente triunfan sobre el género y todo lo demás.
Una razón podría ser que las mujeres son más reacias al riesgo, como lo corrobora la mayoría de los estudios. Pero la elección que enfrentaron los líderes esta primavera no fue simplemente entre más o menos riesgo. Fue decidir entre tomar un riesgo –una amenaza para las vidas– y otro –pérdidas económicas–.
Entonces, la diferencia entre hombres y mujeres, como señalan las autoras del estudio, fue que las mujeres arriesgaron menos las vidas y más la economía, mientras que los hombres hicieron lo contrario. Con el tiempo, por supuesto, las muertes y las pérdidas económicas se entrelazan.
Las mujeres también tendieron a comunicarse de manera muy diferente con los ciudadanos. Durante mucho tiempo se ha planteado la hipótesis de que las mujeres líderes se inclinan hacia “un estilo más democrático o participativo”, mientras que los hombres son “más autocráticos o directivos”.
Eso ha sido difícil de probar, pero los investigadores aún están estudiando si las mujeres realmente aportan más empatía al liderazgo o si integran más información emocional en su toma de decisiones.
Un enfoque interpersonal, empático y participativo ciertamente parece ayudar en el manejo de una pandemia. Esto requiere construir y mantener un consenso de que la amenaza es grave, que el sacrificio es necesario para proteger a los demás y que las libertades individuales deben sopesarse en función de consideraciones de salud pública.
Y ese tipo de diálogo con los ciudadanos parece ser especialmente difícil para los hombres rígidos y comparativamente más fácil para otro tipo de líderes, hombres o mujeres.
Las comparaciones entre los sexos invariablemente se vuelven frustrantes, ya sea al borde de lo estereotipado o de lo vago y confuso. No tenemos idea de cómo la difunta “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher, o la reina británica Boudica, que dio poca importancia a varias legiones romanas, habrían manejado el COVID-19.
En el liderazgo, el carácter individual y el talento seguramente triunfan sobre el género y todo lo demás.
Dicho esto, el patrón durante esta pandemia hasta ahora sugiere que el mundo podría valerse mucho más del liderazgo femenino. Solo 19 países de los 193 en la ONU están liderados por mujeres, por lo que hay mucho margen de mejora.