La variante ómicron está aumentando los riesgos para este grupo demográfico del que se habla poco: las mujeres embarazadas.
Luego de quedar fuera de los ensayos preliminares de vacunas y enfrentarse a confusos mensajes e información errónea sobre los peligros para sus hijos por nacer, una cantidad desproporcionadamente grande de embarazadas ha evitado las vacunas contra el COVID. Cerca del 75% de las embarazadas en el Reino Unido y alrededor del 65% en Estados Unidos siguen sin vacunarse, lo que las convierte en uno de los grupos con mayor riesgo de infección y las expone a cuadros graves de la enfermedad a medida que la contagiosa variante ómicron se propaga por todo el mundo.
Al menos 17 mujeres embarazadas y cuatro bebés murieron por COVID-19 en Inglaterra entre mayo y octubre, según cifras publicadas la semana pasada. Durante ese período, el 98% de las embarazadas que ingresaron a cuidados intensivos no estaban vacunadas.
“La aceptación de las vacunas entre las embarazadas es tristemente baja y un importante número de mujeres ha sufrido graves daños como resultado de eso”, dijo la semana pasada Chris Whitty, principal asesor médico del Reino Unido, a los legisladores: “El embarazo es un período de vulnerabilidad. Deberíamos haber dejado ese punto más claro antes”.
La información sobre este grupo sigue siendo escasa en gran parte de Europa. Si bien datos del mundo real mostraron durante la primavera y el verano que las vacunas son seguras y eficaces para ellas, la ausencia de mujeres embarazadas en las pruebas preliminares de las vacunas provocó una renuencia de la que es difícil deshacerse.
La renuencia a las vacunas agrava la condición inmunocomprometida que provoca en la embarazada el esfuerzo que hace su cuerpo para lograr el crecimiento del feto. El riesgo de cuadros graves de COVID-19 es particularmente alto en el tercer trimestre del embarazo y aumenta la posibilidad de que el bebé nazca de forma prematura o muera. También plantea la posibilidad de problemas de salud a largo plazo para la futura madre.
Muchos especialistas en atención materna vieron esto venir, dijo Pat O’Brien, vicepresidente de Royal College of Obstetricians and Gynaecologists.
“Nos preocupaba desde el primer día que pudiera ser peor en las embarazadas que en otras personas porque es lo que ha ocurrido con otros virus respiratorios, como el SARS y la influenza”, indicó O’Brien. “Debemos aprender la lección de que hay que incluir a embarazadas cuando sea seguro hacerlo en una etapa temprana en los ensayos de todas las vacunas y medicamentos nuevos”.
Al menos una farmacéutica lo intentó. En febrero, Pfizer Inc. inició una prueba de fase intermedia en mujeres embarazadas antes de pasar a pruebas de fase avanzada en junio. Pero el bajo nivel de inscripciones y el dilema ético de administrar placebos a embarazadas cuando las vacunas ya estaban recomendadas hicieron que el ensayo se detuviera con menos del 10% de su objetivo de 4,000 voluntarias.
Si bien la compañía aún planea publicar los datos, la baja participación puede limitar cualquier conclusión.
El problema es decidir cuándo es el momento correcto para incluir a mujeres embarazadas. Se debe demostrar que las vacunas son seguras en la población general antes de que las autoridades puedan exponer a los niños por nacer.
La falta de información en torno a la seguridad de la vacuna en el primer trimestre del embarazo y un exceso de información errónea en las redes sociales, especialmente sobre el impacto que podrían tener las vacunas en un bebé en crecimiento y en la fertilidad, no han sido de ayuda.
Laura Magee, médico obstetra en el Reino Unido, dijo que la similitud entre una proteína presente en el desarrollo de la placenta y la proteína espiga en el virus generó la preocupación de que los anticuerpos de la vacuna pudieran atacar la placenta, aunque estudios han demostrado que eso no ocurre.
Ensayos clínicos también han demostrado que las vacunas no tienen ningún impacto en la fertilidad ni incidencia en un bajo peso al nacer o el nacimiento de un bebe muerto, según datos de la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido.
Sin embargo, dichas garantías no han logrado marcar una gran diferencia, lo que sugiere la necesidad de una mejor comunicación y una participación más temprana de las mujeres embarazadas.